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martes, 21 de febrero de 2012



Silvia Martínez Coronel (página de su creación poética y narrativa)
EL FRAUDE
Pensó que nunca, quizá fuera un buen momento, sólo que no le llamaba nunca, sino “después”.Los días pasaban y la angustia crecía, las paredes blancas parecían ser espejos que le devolvían una imagen informe, llena de vacío.Iba al trabajo sin ir, cocinaba sin cocinar, cuidaba sus hijos sin cuidarlos, en definitiva, vivía sin vivir…Cuando se sentía demasiado agobiada por la nada que la desdibujaba, se aferraba a ese “después”, que guardaba su sonrisa, para no humillarla, pero que hacía una cómoda siesta en su mundo interior, sin la inquietud de quién cree que en cualquier momento puede ser llamado.
Había aprendido a caminar sin pies, como volando, sin sentir el suelo, mirar sin ver…no es que no percibiera los objetos, sólo que no eran más que eso: objetos, nada que tuviera que ver con ella, algo lejano, más allá del estrecho círculo de fuego que había tejido a su alrededor.
Hacía cinco años que estaba separada…el padre de los niños se había olvidado pronto de su dirección y ella se encargaba sola de la manutención de los dos hijos, y de la casa, lo que le resultaba bastante difícil.Hacía buen rato que no miraba a sus pequeños a la cara, les daba un beso, sin tocar sus mejillas, y los niños se habían acostumbrado a no reclamar nada…De tanto en tanto caía una vecina con una sopa caliente, y alguna golosina para los niños, ella se lo agradecía con una sonrisa, y hacía como que escuchaba mientras la mujer le contaba cosas cotidianas. 
Era una alivio cuando se marchaba…el contacto cercano la obligaba a demostrar un interés que no sentía y esto la dejaba agotada.
No siempre había sido así, nunca había sido un ser muy normal, pero por años fue algo no demasiado lejano al resto, pero desde que su marido había desaparecido, de a poco se había convertido en esta mujer ausente, que transcurría por los días como un fantasma, sin indolencia, pero sin pertenencia.No era el hecho en sí de haber perdido al marido, eso no importaba, hacía rato que ya no le quería, sino la sensación de abandono lo que había calado tan fuertemente en su alma.Mientras venía a ver a los niños, aún mantenía cierto apego a las cosas, pero cuando se fue del todo, se fugó hacia un lugar, donde nada la tocaba, aunque el dolor en el pecho le demostrara que todo era más una pose que una realidad…pero esta pose le hacía posible sobrevivir, y alejaba a los demás, lo que le era necesario.
Un día cualquiera mientras compraba verduras en la feria del pueblo, lo vio pasar de lejos…no pareció verla…pero a ella le despuntó una rabia intensa que hizo que rodara la verdura por el suelo. La señora del puesto recogió todo, y le preguntó si le pasaba algo…-no, nada, contestó ella con una mortecina sonrisa, y se dispuso a regresar a la casa, sólo que se fue por otro camino, que no sabía hacia donde la llevaba, ni le importaba. Las lágrimas rodaron por sus mejillas, y descubrió que hacía mucho tiempo que no lloraba, se sentó en una plaza, y pensó en su “después”, miró a los traseúntes , y dijo entredientes: “maldito hijo de puta”.
Volvió a su casa, entró al escritorio de su marido, que había permanecido cerrado por años, se sentó en su sillón y abrió la primera gaveta. Allí permanecía latiente una hoja polvorienta. La tomó entre sus manos, y leyó la carta que le enviara a su marido, el gerente de la empresa donde él trabajaba entonces : “diferencia entre entradas y salidas, el monto se dividirá en partes iguales entre tú y yo, y así sé que no vas a traicionarme y tú sabrás que no te traicionaré”…la misiva seguía…y tenía fecha del día anterior a que se marchara…se levantó decidida, con la prueba entre las manos, y salió a la calle.
Silvia martínez coronel
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