de Raquel Norma Smerkin Roitman, el Lunes, 16 de enero de 2012 a la(s) 15:17 Había un árbol que su corteza y sus ramas se estaban debilitando, sus raíces pedían y pedían para seguir siendo árbol, mucha pero mucha agua... Se agrietaban sus manos, sus manos de árbol, se cerraban sus ojos, sus ojos de árbol, se doblaba su tronco, su tronco de árbol... En su desesperación, preguntaba a los cielos, cuándo por Dios cuándo me harán de beber la savia de mi consuelo... Cuándo por Dios cuándo recibiré la substancia que haga que mi esencia me deje seguir siendo árbol... Había una vez un árbol, que moría de a poco, caía y caía, en un hondo pozo y sus raíces se defendían apenas podían, porque ese agua no llegaba, estaba dejando lentamente de ser lo que era, un imponente y frondoso árbol, tan sólo porque le faltaba el sustento de su vida... Simplemente, le faltaba el agua...
Autoría: Raquel Norma Smerkin Roitman 16.01.2012 Todos los derechos reservados —
Árbol, buen árbol, que tras la borrasca te erguiste en desnudez y desaliento, sobre una gran alfombra de hojarasca que removía indiferente el viento…
Hoy he visto en tus ramas la primera hoja verde, mojada de rocío, como un regalo de la primavera, buen árbol del estío.
Y en esa verde punta que está brotando en ti de no sé dónde, hay algo que en silencio me pregunta o silenciosamente me responde.
Sí, buen árbol; ya he visto como truecas el fango en flor, y sé lo que me dices; ya sé que con tus propias hojas secas se han nutrido de nuevo tus raíces.
Y así también un día, este amor que murió calladamente, renacerá de mi melancolía en otro amor, igual y diferente.
No; tu augurio risueño, tu instinto vegetal no se equivoca: Soñaré en otra almohada el mismo sueño, y daré el mismo beso en otra boca.
Y, en cordial semejanza, buen árbol, quizá pronto te recuerde, cuando brote en mi vida una esperanza que se parezca un poco a tu hoja verde…