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jueves, 1 de diciembre de 2011

de Susana Visca,

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LIBERTAD EN CADENA...DE NO CUENTOS...........AMIGOS TODOS
de Susana Visca,
( Rafael R. Valcárcel )
Cuando se investiga una realidad tan deplorable como la esclavitud, se corre el riesgo de odiar. Otras veces, víctimas de una desgracia mayor, llegamos a comprender las causas, y no importa si lo aprobamos o no; con comprenderlo, hemos aceptado que somos capaces de subyugar a un congénere, más débil por cierto. Pero, al mismo tiempo, somos complejos y debemos seguir y seguir escarbando en el cementerio porque, casi sin excepción, encontramos personas que nos inspiran. Entre 1835 y 1861, Sussan Howard, latifundista de Carolina del Sur, ayudó a que 37.328 negros comprasen su libertad.

Su hacienda no destacaba por su extensión ni por la fertilidad de su tierra. Tenía 80 hectáreas y costaba igual cantidad de sudor hacerlas producir. Además, de cara a la sociedad, Sussan Howard era propietaria de 254 esclavos. De puertas adentro, su organización llegó a contar con 37.583 miembros.

Cuando heredó la hacienda, no supo qué hacer con ella. Howard era una abolicionista de espíritu —con la boca cerrada—. Pidió consejo. Le recomendaron vender. Con ese dinero podía establecerse cómodamente en Washington y expresar sus opiniones entre otras mujeres que compartían sus ideas. Decir lo que uno piensa resulta siempre tentador. No obstante, hizo caso a sus razonamientos mudos. Conservó sus tierras y sus principios.

No tomó decisiones precipitadas. Había conocido blancos de todas las calañas y los negros no tenían por qué no ser tan diversos por dentro. Se dedicó a conocerlos personalmente e investigó sobre la cultura de las tribus de las que provenían. Una vez que se sintió preparada, vendió a los que podían poner en peligro el objetivo común. Le produjo un gran pesar, pero no flaqueó. Esperó un tiempo prudencial antes de despedir a los capataces y al administrador. Ese mismo día,  habló con las tres personas (Boja, Manarí y Tuncuo) en las que se apoyaría hasta su muerte. Después, convocó al resto de esclavos y les explicó su plan.

Manarí y otros 10 fueron enviados a Francia. Allí, dependiendo de sus capacidades y habilidades, estudiaron en la escuela y luego en la universidad o, directamente, aprendieron un oficio artesanal. Una vez que empezaban a trabajar, como hombres libres, contribuían con una cuota variable a la ‘organización’. Manarí enviaba parte de ese dinero a Miss Howard y, con lo que quedaba, en un comienzo, pagaba los alquileres donde vivían. Cuando llegaron a ser cientos o miles, lo invertía en comprar viviendas y emprender negocios.

Para mantener aguda la memoria, cada quien conservaba sus grilletes en una bolsa de algodón.

Con el dinero que llegaba a Carolina del Sur, compraban esclavos de otras haciendas. De preferencia, parientes. Éstos entraban a remplazar el trabajo de aquellos que eran enviados a Francia a continuar con el ciclo.

Al poco tiempo, Miss Howard instauró una escuela interna y un taller de oficios. Los maestros eran compañeros que habían regresado de Francia. De esa manera, la cadena deliberalización se agilizó. Ya no necesitaban ir a estudiar previamente. Iban preparados para trabajar.

En 1861, al desatarse la guerra de secesión, un grupo de sureños exaltados que sospechaban de las acciones abolicionistas de Howard, quemaron su casa y la colgaron. Los 254 negros que la intentaron defender —entre los que estaban Boja y Tuncuo—  murieron con ella.

Respetando los deseos previos de Sussan Howard, sus restos fueron arrojados al mar en medio de la travesía entre América y Europa. Lo que ella no imaginó fue el tamaño de su ataúd. Era descomunal. Se hundió con el peso de los grilletes de todas las personas que había ayudado a liberar.
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por Rafael R. Valcárcel

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