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viernes, 17 de febrero de 2012


ESCULTURA Y ALIENTO
de Hugo Manrique
Gimen los últimos haces del día
y se retiran presurosos ante
las sombras crecientes y sin filo.
La noche ingresa por la piel
y hunde las rejillas de los recuerdos.

Sus párpados yacen quietos,
son montañas agotadas sobre
sus propias planicies,
y mis dolores, del día y de la tarde,
se preguntan sedimentados…

… ¿Debió ser la compañera
de mis sueños agrestes,
trascendiendo temores,
espadas de sangre y piel,
deleitando mis pasos de quietud?

¿Será tal vez que el pasado retuerce,
una vez más, a mis vertebras,
que dóciles se entregan al retorno,
arrancando losetas del presente
en su aletargada plenitud?

Y surge detrás de mi dorso,
una fierecilla de luz retorcida,
se agazapa entre las cortinas de mi visión
y levantando sus brazos de niebla blanca
se rebela ante la luna absorta,
que nada sabía de su presencia abismal,
y me ofrece recrear un nuevo cuerpo sideral
-sobre mi compañera-
hasta alcanzar el todo ideal.

Y me presenta a dos gaviotines,
carpinteros de punta caliza
y uñas de barro tibio,
que sigilosos traen las hebras
más luminosas desde su mundo,
de tacto impalpable y colores arrancados
de algún arco iris distraído en sus tardes…

… ¡Éstos serán sus cabellos!, me dicen,
vaivenes y olas mostrando
la frente a los cielos indiferentes,
y brillantes como las coronas
de princesas nativas olvidadas
por los juglares de viejos occidentes.

Más tarde, esa luz, retazo de luna impía,
traerá a dos cangrejos rojos,
reyes de los manglares y las conchas negras,
artesanos prodigiosos, ante los cuales
las piedras más duras y sin pasados piadosos
se convierten en arcillas y arenas
untuosas a sus tenazas de sal enmudecida.
Maestros de conjuros y decires
invocan a la tierra.
Y del cascajal y la piedra
surgen los sudores y aceites…

… ¡Ésta será su piel!, me dicen
y con los retazos endurecidos
nacerán las uñas, las pestañas
y las cejas matutinas.
Moldearán los pliegues y los plexos,
robarán cristales en riberas
al borde del mundo y las cascadas,
y depositarán sus primeras miradas
en las fronteras y los abismos,
y los unirán a los cabellos resplandecientes
que danzarán con sus primeros latidos.

Debilitada por los hechizos
y sin la bendición de la luna insomne,
esa luz se sienta en el andén
y me presenta a dos pumas de valles quietos,
con mirada taciturna hacia sus propios suelos,
y entre sus garras,
escritas están las fórmulas recónditas.

Y sus pisadas de cruces marcarán el suelo
hacia la montaña desnuda,
más cercana a su aliento de caverna,
olvidada por el aire y el sonido,
y posarán sus brazos sobre el barro inerme
hasta vaciar la vida en las cumbres.

¡Y resoplarán los primeros estertores!,
con los pálpitos de las eras terrenales,
ojos de horizontes movedizos,
gritos de volcanes adolescentes…

…¡Ahí tienes a una mujer perfecta!, me dicen,
la naturaleza toda se conjuró a sí misma,
aplacando lavas candentes con sus centros de fuego.

Todavía absorto, retorno la mirada
hacia la silueta reposada en su noche.
Sus párpados encierran la luz de un día
desfalleciente, por llegar a la penumbra,
dejando sus alientos y labios atendiendo
a mis rutinas conmovidas.

Y la naturaleza toda
no podrá recrear sus recuerdos.
Tampoco sus latidos acelerando calles,
cuando escucha mi pecho abierto
y olfatea mis ojos secos, ávidos
por sus regazos de noches frescas
y briznas abriendo puertas.

Y mis dedos dejaron de ser necios,
pues tocaron la tersura infinita
que sus manos construyeron para mi,
y mis pulpejos de mundo inquieto
serán los únicos que podrían reconocer
la magia de sus velos sobre piel y escarcha,

por ser mi compañera,
         la perfección
                 y el asombro

que la naturaleza no pudo recrear
a partir
        de mis dudas insondables
               y mis temores de cielo gris.

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