
Las Furias (erinias  para los griegos) en el cuadro de William-Adolphe Bouguereau  (1825-1905), “El remordimiento de Orestes” (1862)
Plutón, Pluto o Hades
Mitología  griega / 3 de Julio del 2010  
Cuenta la leyenda, que cuando los tres soberanos hijos de Saturno: Júpiter, Neptuno y Plutón, se repartieron el mundo, a Plutón, debido a  que era el más joven, se le asignó la peor parte: el reino desolado de  los infiernos.


El infierno es la morada subterránea donde van a parar las almas de  los muertos con el fin de ser juzgadas y recibir la pena que por sus  crímenes merezcan, o la recompensa que por sus actos honrados sean  merecedores.
En la puerta se encuentra continuamente en vela un perro con tres  cabezas llamado Cancerbero (o Cerbero),  el cual con sus triples aullidos y sus mordeduras impide a los  vivientes que entren allí y a las sombras que puedan salir. Las sombras  son mitad almas porque son inmateriales y mitad cuerpos porque conservan  la figura humana.
Si se ha de dar crédito a los poetas, el gran espacio que ocupaban  los infiernos estaba rodeado por dos ríos, el Aqueronte  y el Estigia, que debían ser atravesados para poder  llegar a la residencia de Plutón.

La Barca de Caronte, 1932, por José Benlliure  Gil.
Pero el barquero Carón (Caronte) era un viejo feroz que rechazaba duramente y  golpeaba con el remo a los desgraciados que habían muerto pero  permanecían todavía insepultos; también maltrataba a todos los que no  podían pagarle un óbolo, que era el precio del pasaje. A los demás les  hacía sentar en su barca, los transportaba a la ribera opuesta y los  entregaba a Mercurio, que les conducía ante el terrible  tribunal.
Tres jueces estaban sentados en él y administraban justicia en nombre  de Plutón y a su presencia; estos eran: Minos  (antiguo rey de la isla de Creta), Eaco (rey de la isla de Egina) y Radamantis  (hermano de Minos), los tres de una integridad a toda prueba; pero  Minos era más sabio que sus colegas, gozaba de la preeminencia y  empuñaba en su mano un cetro de oro.
Cuando la sentencia se había hecho pública, los buenos eran  introducidos en los Campos Elíseos y los malos eran precipitados en el Tártaro.
El Elíseo o Campos Elíseos eran la morada que se destinaba a los  buenos después de la muerte. Unas frondas en perenne verdor, la brisa  embalsamada del Céfiro, praderas esmaltadas de flores embellecían  esta afortunada región. Un jubiloso enjambre de pájaros cantaban  melodiosamente en la espesura, y el sol no era jamás empañado por la más  leve niebla.
El Leteo  serpenteaba con suave murmullo; una tierra fecunda rendía al año doble o  triple cosecha y ofrecía, a su debido tiempo, flores y frutos. Allí no  tenían entrada el dolor, la enfermedad ni la vejez, y a la bienandanza  de que gozaba el cuerpo, iba unida la ausencia de los males que pueden  afligir al alma. La ambición, el odio, la envidia y las bajas pasiones  que agitan a los mortales eran allí completamente desconocidas.
El Tártaro, lugar destinado a los malvados, era una vasta prisión  fortificada, guardada por un triple muro y circundada por un río de  fuego llamado Flegetón. Tres Furias:  Alecto,  Meguera  y Tisífone,  eran las gondoleras de esta ígnea corriente; con una mano empuñaban una  antorcha flamígera y con la otra un látigo sangriento, con el cual  flagelaban sin tregua ni piedad a los malhechores cuyos crímenes exigían  severos castigos.
El Tártaro era el lugar donde se hallaban Ticio,  cuyo seno era roído por un buitre; Tántalo, corriendo sin cesar tras la onda fugitiva, y  las Danaides,  esforzándose por llenar un tonel sin fondo. Ticio era uno de los  gigantes, el cual ofendió a Latona,  madre de Apolo,  y fué muerto por este dios de un flechazo. Tántalo, que había asesinado  a su propio hijo, estaba condenado a ser devorado por la sed a pesar de  hallarse rodeado de agua y a tener siempre hambre aunque tuviese a su  alcance un árbol de fruta. Las Danaides habían asesinado a sus esposos  la noche de bodas.

Las Danaides
En el Tártaro también moraban aquellos que habían odiado a sus  hermanos, maltratado a sus padres, engañado a sus pupilos… aquí gemían  los servidores infieles, los ciudadanos traidores a su patria, los  avaros, los príncipes que habían suscitado guerras injustas…
Todos expiaban sus faltas, todos quisieran volver a gozar de la luz  del día para comenzar de nuevo una existencia apacible y llena de  merecimientos. No lejos del Tártaro moraban los Remordimientos, las  Enfermedades, la Miseria vestida de andrajos, la Guerra chorreando de  sangre, la Muerte, las Gorgonas, que tenían serpientes en vez de cabellos,  la Quimera,  las Arpías  y otros monstruos a cual más horribles.
Aquí, desde hacía muchos años, reinaba Plutón cansado ya de su  celibato. El horror que inspiraba su mansión, la repugnante fealdad de  su aspecto y la dureza de su carácter, hacían que huyeran de él todas  las diosas, ninguna de las cuales se avenía a ser su esposa, por lo que  tuvo que recurrir a la violencia.

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