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jueves, 15 de julio de 2010

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Las Furias (erinias para los griegos) en el cuadro de William-Adolphe Bouguereau (1825-1905), “El remordimiento de Orestes” (1862)


Plutón, Pluto o Hades

Mitología griega / 3 de Julio del 2010
Cuenta la leyenda, que cuando los tres soberanos hijos de Saturno: Júpiter, Neptuno y Plutón, se repartieron el mundo, a Plutón, debido a que era el más joven, se le asignó la peor parte: el reino desolado de los infiernos.
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El infierno es la morada subterránea donde van a parar las almas de los muertos con el fin de ser juzgadas y recibir la pena que por sus crímenes merezcan, o la recompensa que por sus actos honrados sean merecedores.
En la puerta se encuentra continuamente en vela un perro con tres cabezas llamado Cancerbero (o Cerbero), el cual con sus triples aullidos y sus mordeduras impide a los vivientes que entren allí y a las sombras que puedan salir. Las sombras son mitad almas porque son inmateriales y mitad cuerpos porque conservan la figura humana.
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Si se ha de dar crédito a los poetas, el gran espacio que ocupaban los infiernos estaba rodeado por dos ríos, el Aqueronte y el Estigia, que debían ser atravesados para poder llegar a la residencia de Plutón.
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La Barca de Caronte, 1932, por José Benlliure Gil.
Pero el barquero Carón (Caronte) era un viejo feroz que rechazaba duramente y golpeaba con el remo a los desgraciados que habían muerto pero permanecían todavía insepultos; también maltrataba a todos los que no podían pagarle un óbolo, que era el precio del pasaje. A los demás les hacía sentar en su barca, los transportaba a la ribera opuesta y los entregaba a Mercurio, que les conducía ante el terrible tribunal.
Tres jueces estaban sentados en él y administraban justicia en nombre de Plutón y a su presencia; estos eran: Minos (antiguo rey de la isla de Creta), Eaco (rey de la isla de Egina) y Radamantis (hermano de Minos), los tres de una integridad a toda prueba; pero Minos era más sabio que sus colegas, gozaba de la preeminencia y empuñaba en su mano un cetro de oro.
Cuando la sentencia se había hecho pública, los buenos eran introducidos en los Campos Elíseos y los malos eran precipitados en el Tártaro.
El Elíseo o Campos Elíseos eran la morada que se destinaba a los buenos después de la muerte. Unas frondas en perenne verdor, la brisa embalsamada del Céfiro, praderas esmaltadas de flores embellecían esta afortunada región. Un jubiloso enjambre de pájaros cantaban melodiosamente en la espesura, y el sol no era jamás empañado por la más leve niebla.
El Leteo serpenteaba con suave murmullo; una tierra fecunda rendía al año doble o triple cosecha y ofrecía, a su debido tiempo, flores y frutos. Allí no tenían entrada el dolor, la enfermedad ni la vejez, y a la bienandanza de que gozaba el cuerpo, iba unida la ausencia de los males que pueden afligir al alma. La ambición, el odio, la envidia y las bajas pasiones que agitan a los mortales eran allí completamente desconocidas.
El Tártaro, lugar destinado a los malvados, era una vasta prisión fortificada, guardada por un triple muro y circundada por un río de fuego llamado Flegetón. Tres Furias: Alecto, Meguera y Tisífone, eran las gondoleras de esta ígnea corriente; con una mano empuñaban una antorcha flamígera y con la otra un látigo sangriento, con el cual flagelaban sin tregua ni piedad a los malhechores cuyos crímenes exigían severos castigos.
El Tártaro era el lugar donde se hallaban Ticio, cuyo seno era roído por un buitre; Tántalo, corriendo sin cesar tras la onda fugitiva, y las Danaides, esforzándose por llenar un tonel sin fondo. Ticio era uno de los gigantes, el cual ofendió a Latona, madre de Apolo, y fué muerto por este dios de un flechazo. Tántalo, que había asesinado a su propio hijo, estaba condenado a ser devorado por la sed a pesar de hallarse rodeado de agua y a tener siempre hambre aunque tuviese a su alcance un árbol de fruta. Las Danaides habían asesinado a sus esposos la noche de bodas.
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Las Danaides
En el Tártaro también moraban aquellos que habían odiado a sus hermanos, maltratado a sus padres, engañado a sus pupilos… aquí gemían los servidores infieles, los ciudadanos traidores a su patria, los avaros, los príncipes que habían suscitado guerras injustas…
Todos expiaban sus faltas, todos quisieran volver a gozar de la luz del día para comenzar de nuevo una existencia apacible y llena de merecimientos. No lejos del Tártaro moraban los Remordimientos, las Enfermedades, la Miseria vestida de andrajos, la Guerra chorreando de sangre, la Muerte, las Gorgonas, que tenían serpientes en vez de cabellos, la Quimera, las Arpías y otros monstruos a cual más horribles.
Aquí, desde hacía muchos años, reinaba Plutón cansado ya de su celibato. El horror que inspiraba su mansión, la repugnante fealdad de su aspecto y la dureza de su carácter, hacían que huyeran de él todas las diosas, ninguna de las cuales se avenía a ser su esposa, por lo que tuvo que recurrir a la violencia.

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