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lunes, 17 de diciembre de 2012

ESTAMOS EN EL MES DE LOS AGUINALDOS... / Un abrebocas narrativo para los que esperan mis libros...
de Jose Ignacio Restrepo Arbelaez
ERA JUEVES, SIETE, DEL MES SIETE ( Fragmento )
por José Ignacio Restrepo
 
La carta se cayó, dejando ver la trampa preparada. Ancízar no alcanzó ni a musitar yo no fui, cuando seis manos cerradas cortaron el aire de forma frenética, buscando su rostro y su liviano plexo, y luego lo tomaron como a saco de boxeo que se muda sin cuidado de gimnasio. Después de hacer diana sobre él tantas veces, ya no sabía si al final iba a salir con vida de ese juego de cartas, que en mala hora pensó podría ganar. La verdad era que ese siete de picas no era de las suyas, y con seguridad el truco había sido preparado para excluirlo del juego y así repartir entre los tres que le acompañaban, los casi dos mil dólares que había colocado en el pote de la apuesta…Lo había pensado al comenzar, pero uno casi nunca respeta aquello que le brota desde bien adentro, con esa voz quejumbrosa y femenina que le advierte que lo que se dispone a hacer es una absoluta y total estupidez. Completar de último un grupo exiguo de tres jugadores, entre los cuales solo a uno distinguía vagamente, equivalía a llegar de último a la vida de tres amigos, que solamente esperarán un cuarto de hora como máximo, para tumbarlo de la silla y quedarse con lo suyo. Equivalió. Justo eso.
 
Ancízar se recorrió el rostro con las yemas de los dedos de una sola mano, mientras la otra hacía de palanca para poder ponerse nuevamente en pie…Debía alejarse de allí, no era un sitio para hacer de ciudadano insistente pone quejas. Miró para ambos lados, su sentido de la supervivencia estaba tan agudo y maltratado, que cualquier sombra le hacía dar un respingo. No tenía ni para tomar un taxi, pero de algún modo tendría que negociar su regreso al apartamento. En el cajón de la cómoda tenía para pagar, tenía incluso con que ir a otro sitio para tratar de recuperarse. El solo pensamiento le  causó un agudo padecimiento en sus costillas, que parecía ser el lugar de su cuerpo que había recibido mayor castigo.
 
Salió a la avenida. Al tercer intento, un taxi lo recogió y sin mirarlo alevosamente por el sitio donde se hallaba o por la hora, le preguntó hacia dónde iba. Él contestó que lo llevara a Pelayo y Otálora, y el conductor puso segunda, y aceleró. Parecía querer hacer rendir la  jornada nocturna, y eso que apenas eran las doce pasadas. Casi al llegar, Ancízar le explicó como quien no quiere la cosa, que debía aguardarlo un poco pues le habían robado, y para cancelar el servicio debía subir a su piso y sacar el importe de la cómoda. El taxista le dijo que perdiera cuidado pero que no se demorara. Al salir del auto, se apresuró mientras se felicitaba, pues al menos le había tocado un profesional, una persona sin prejuicios y equilibrada. Era algo para sumar en esta noche dolorosa.
 
Subió las escaleras de dos en dos, y la cabeza le dolió, como si de nuevo estuviera recibiendo los manazos, que no hace una hora le habían propinado unos nuevos “amigos”. Al regresar, el hombre encendió la máquina. Ancízar le entregó un billete grande, sabiendo que quedaría un poco menos de la mitad para devolverle, pero en un arranque imprevisto en él pero de alguna manera motivado, le dijo que se quedara con el cambio. El conductor sonrío, pero le contestó que su política era no aceptar propinas. Arrancó, dejándole el reembolso completo en la mano derecha, la de tirar los dados y ganar. Supo que con ese dinero, empezaría la siguiente apuesta.
 
Ancízar se recostó en la silla, sin ganas de dormir, pues sentía el peso de los golpes recibidos sobre todo en su pecho y también en el rostro. Con dificultad se reincorporó. Encendió la luz del vestíbulo y miró con cuidado en el espejo el daño recibido. Un pequeño corte en el superciliar derecho, raspaduras en ambos pómulos y en la oreja izquierda, sobre la que había caído tras recibir el puntapié de aquel que pensó era un jugador conocido. Se quitó la camisa y observó el plexo, donde ya empezaban a surgirlos moretones. Fue a la cocina, y colocó todo el hielo que pudo en uno de los guantes de lavar, lo anudó y lo puso contra la zona adolorida, pasándola de un lugar a otro, un momento aquí, otro allí. Se pasó el rato previo al alba, colocándose hielo en donde sentía dolor, hasta que el mismo sueño obró como calmante y lo venció sin resistencia de su parte.
 
OooooooO
 
Raquel se sirvió otra copa, y observó cómo se terminaba definitivamente la botella. Contra su naturaleza metódica y ordenada, había rasgado la etiqueta desde hacía un buen rato, y ahora lucía como si se acabara el remanente de alguna reunión de amigos, o de un encuentro social planeado para finiquitar algún negocio. Era mentira. Ya casi se había tomado 950cc de un Bordeaux francés, algo joven para su gusto pero perfecto para intentar emborracharse. Y, no lo había logrado, tal era su determinación por permanecer lo suficientemente consciente, como para no poder olvidar que había perdido el dinero que le habían encomendado, lo correspondiente a las pensiones de doce empleados de una fábrica de jabón, en la cual hacía de abogada y asesora de finanzas. Bueno. Quizá éso solo sería hasta hoy, cuando el revisor advirtiera el faltante y lo comunicara a la Gerencia. Casi seis años de esfuerzos laborales tirados a la basura, todo por su ambición de llegar a alguna parte mejor antes que todos, sin un plan, guiada únicamente por su maldita e inexistente intuición. Como si esa mierda tuviera algo de método o maldita consistencia. Iba a dar con sus huesos y con su culo bien formado por horas y horas de gimnasio, al suelo frío de la cárcel. A partir de mañana, como en el tema de Alberto Cortez que había sido su favorito cuando terminaba la prepa,tendría el estatus que se merecía, con un enterizo anaranjado, una sola dirección postal, y algunos años para dirimir esta distancia entre lo buscado,lo esperado y lo logrado. Como la maldita botella de vino, que hace horas pensó que no acabaría y ahí estaba, vacía como su martirizada alma de niña buena, maldito bagazo de las monjas del Liceo de la Buena Esperanza.
 
Desde el sofá de su pequeña sala, que no había visto una reunión social desde aquella lejana fecha del año pasado cuando inaugurara el piso, observó el living de paredes mandarina bajo la extraña luz color agua, y luego la puerta entrecerrada del cuarto de baño, donde el sonido de abrir y cerrar de un frasco de pastillas le hacía caricias en el oído para que fuera hasta allí y le rescatara de su soledad inmensa, envuelto como estaba en el aroma farmacéutico de "solamente yo puedo curar tus aflicciones". Había comenzado a tomar pastillas para dormir desde hacía unos meses, cuando empezó a sentir que la tensión espantosa de su día de trabajo no disminuía naturalmente al sentir deseos de irse a la cama, y por el contrario aumentaba cuando era ya necesariamente urgente que su cuerpo y su mente reposaran. Todo tenía su origen en ese maldito hábito que había adquirido en las vacaciones. Allí en las islas, en la noche sin fin con olor a playa y a comidas exuberantes, sin que nadie la vigilara y en medio de un absoluto enamoramiento que nunca antes había sentido, se entregó a la pasión del juego y se convirtió desde entonces en una compulsiva visitante de cuanto garito descubría. Llevaba casi un año jugando.
 
El frasco de pastillas le hacía murmullitos, pero estaba tan frenética que sabía que ni siquiera seis o siete píldoras le harían el efecto deseado. Más allá, lo sabía, corría el riesgo de producirse una lesión o simplemente, quedar en su cama dormida de una vez por todas. Y de eso no se trataba, el desespero no era tanto como para observar ese extremo en este momento. Por lo menos, no aun. Se rió ante la vana idea de terminarlo todo. Caviló idioteces sobre el concepto de la muerte, la imaginó como una dama solitaria que se sienta al lado de cualquiera, solamente con el deseo nunca satisfecho de ver algo diferente en sus ojos, y ante el misterio de advertirlos tan vacíos decide causarle algún dolor en el pecho, agudo, sin matarlo de un golpe, solo para ver cómo reacciona, de qué tamaño es su miedo.Luego pensó en la suerte y la imaginó muy parecida a la primera imagen, una dama solitaria que busca a quien beneficiar, para brindarle un motivo de alegría y ver cómo cambia la cara del jugador ante este suceso de fortuna. La imaginó, mejor, como un investigador que hiciera pruebas de acierto-error, dando una ojeada a quien juega y gana, para completar un estudio gigantesco del que nadie tiene noticia, pero que actualmente se ejecuta.
 
Raquel decidió abruptamente salir a probar esta noche, a pesar de que estaba casi borracha. Ya otras veces se había quedado sin dormir, buscando en un acto desesperado recuperarse de su presente escabroso, donde el pronóstico era tan negro que hasta el frasco de pastillas se sentía ganador y noche tras noche estaba aguardando que ella tomara la última decisión de destaparlo, mandándose su interior de una buena y postrera vez. Bajó, y con solo sentir el aire que entraba por las celosías al garaje, recuperó buena parte de su sobrio talante, entró al auto, calentó el motor durante medio minuto y luego partió rauda con dirección al downtown…

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