  
 
  
Será tan de mañana como tu piel desnuda, 
tan  de mañana, sí, que no habrá puesto la aurora 
su mirada de fruta en  los balcones. 
Y vendrá. 
No tendrá el mismo aspecto de alondra que  tú tienes, 
pero vendrá, 
vendrá como el rocío de octubre y tendré  miedo, 
llegará incluso antes de que se hayan marchado 
los pájaros  del huerto y tendré miedo, 
la invitaré a mi mesa y tendré miedo 
le  ofreceré una copa de vino muy añejo 
y le hablaré de mí, le contaré 
que  aún conservo la vieja costumbre 
de abrocharme los ojos cuando  llueve, 
que he rozado las nubes 
y acariciado el aire, 
le diré  con qué fuerza he amado y de cuántos halagos 
me tuve que librar para  no hundirme. 
Yo sé que ella vendrá con un montón de ciudades de la  mano 
y querrá ser afable, y tendré miedo, 
mirará hacia otro lado  cuando escuche cómo ladran los perros 
y acaso encontrará en mis  bolsillos la moneda del tamaño de un niño 
y no dirá de qué barco la  he robado. 
Dirá 
no tengo prisa, 
cierra bien la ventanas y  procura 
no olvidarte de nada, 
comprueba si el color amarillo sigue  siendo 
tu pretexto maldito, si aún conservas 
el arroz de los  árboles, 
los bailes bajo el agua y las migajas 
que dejan en los  párpados los trigos de la tarde. 
Y me hablará de aquello que ella  sabe que aún tirita en mi cuerpo, 
me hablará de mis hijos, 
de este  horror a perderlos que me anega los ojos, 
del mar que penetraba en  la sangre por sus bordes más altos 
cuando faltó la madre, 
de ti 
y  de tu incierta mirada de nieve derretida 
de tus densos desvelos, de  la extraña 
conjunción de tus pechos desnudos con los astros. 
Pero a  pesar de todo tendré miedo, 
miedo a la incertidumbre que la luz  origina, 
miedo a los archiduques que dibujan abedules de púrpura, 
miedo  a la somnolencia que producen los sonidos alófonos, 
miedo a la  terquedad, 
a la impaciencia efímera, 
miedo a la inmensidad, a las  ortigas, a los muslos de musgo, a las coimas 
que comparten su amor,  sus complacencias 
y sus vientres de plata. 
 
Y será así, será  tan de mañana 
como tu piel desnuda 
y mojará sus dedos sobre mi tez  de anciano 
mientras esperas tú, 
ínsula toda, 
recién fundada  música de clavecín y flauta, 
a que crezcan las rosas azules en el  patio. 
 
Vicente Martín 
 
  
  
 
 
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