MIRANDO SUS MANOS... Y LOS NUDILLOS DE SU ALMA
de
La doña vieja, la doña bella
quiebra su mirada ante la puerta
de sus propias palmas y relame
sus recuerdos encogidos,
queriendo empuñar
viejos corceles trotando
entre las dunas quietas
y las fronteras de cementos,
invadiendo los últimos valles
de su aliento.
Cuentan sus párpados que alguna vez
cimbreó sus pisadas ante las losetas
que ¡ay! perdieron su equilibrio
la armonía y el silencio,
por solo mirar a su sombra
de arcoíris al acecho.
Y recuerda los suspiros de sus labios
y los riachuelos de su piel,
regalando pasiones a las ventanas
siempre abiertas a las mañanas,
que regocijadas soñaban
con orgasmos plácidos
y sus rocíos de pétalos satisfechos.
Y miró hacia atrás, a su silueta
desafiando a esos crepúsculos grises
convertidos en saurios
y centinelas arcedianos,
siempre dispuestos a la inquisición
en esas noches sin luna
de expiaciones y culpas.
Y el tribunal de fantasmas insepultos
la condenó a envejecer
mirando la vida por detrás del espejo
y por debajo, las cortinas cerradas
por la sal endurecida
en su prejuicio visceral.
Y borraron sus huellas
y ataron sus mares,
hasta quebrar la bruma
y sus lágrimas de piedra herida.
Y sus pies fueron desterrados
en las memorias de las calles
y las inquietudes mozas fueron
prohibidas de invocar su nombre.
La bella desafío su destino
de princesa plebeya en las aceras
… y corrió entre las paredes desoladas,
… y luchó por la piel y sus caricias
… y encogió las flores de su vida,
untadas con bálsamos sustraídos
a las piedras eternas, cuando éstas
se rindieron ante el mediodía
musitando su última liturgia.
Y nuestra bella se marchó
con la mirada pegada a su dorso
agitando sus manos para despedirse
del viento juglar y las flores
que cándidas y juguetonas no
dejaron de llorar su partida.
Y el tiempo de la tierra transcurrió.
Los relojes envejecieron sin mirar
sus manijas y minuteros.
La historia abandonó a ese pueblo
de fantasmales edictos,
y solo quedó la quietud mirando
a su pasado también inconmovible.
La bella retornó, y detrás suyo
la siguieron los nuevos tiempos
con los brazos abiertos.
Su talle se acompañó
con un esbelto hálito de sabiduría
y sed de porvenir.
Las manos endurecidas
quemaron los clavos hundidos
a sus propios suelos, y marcharon,
entre jadeantes y taciturnos,
dejando atrás a esa agonía
abandonada a su letargo.
Los caminos se retorcieron
y los panales del nuevo mundo
sembraron su miel y su calor.
Y lo ominoso … nunca más retornó.
Fue así que doña Bella,
refundó las flores y los campos,
dio refugio a las nuevas aves
y sus vuelos de luz mirando
a los cielos frescos.
Y envejeció
bendiciendo a las aceras,
desde sus ventanales
de ceras resplandecientes.
La doña vieja, la doña bella
siguió mirando sus manos
y los nudillos de su alma
sonriendo a esa heroína
de piel y cenizas
que nunca se rindió
ante el olvido
pisando la nobleza,
y la maldición implorando
a lo postrero.
“Abaporu” - Tarsila do Amaral - 1928
No hay comentarios:
Publicar un comentario