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viernes, 17 de febrero de 2012


Serena Soledad Amuchástegu
EL PADRE Pablo Neruda
El padre brusco vuelve de sus trenes: 
reconocimos en la noche el pito 
de la locomotora perforando la lluvia 
con un aullido errante, 
un lamento nocturno, y luego 
la puerta que temblaba: 
el viento en una ráfaga entraba con mi padre 
y entre las dos pisadas y presiones 
la casa se sacudía.
Las puertas asustadas se golpeaban con seco 
disparo de pistolas, las escalas gemían
y una alta voz recriminaba, hostil, 
mientras la tempestuosa 
sombra, la lluvia como catarata 
despeñada en los techos
ahogaba poco a poco el mundo 
y no se oía nada más que el viento 
peleando con la lluvia. 
Sin embargo, era diurno. 
Capitán de su tren, del alba fría, 
y apenas despuntaba 
el vago sol, allí estaba su barba, 
sus banderas verdes y rojas, listos los faroles,
el carbón de la máquina en su infierno, 
la Estación con los trenes en la bruma 
y su deber hacia la geografía. 
El ferroviario es marinero en tierra 
y en los pequeños puertos sin marina 
-pueblos del bosque- el tren corre que 
corre desenfrenando la naturaleza, 
cumpliendo su navegación terrestre. 
Cuando descansa el largo tren 
se juntan los amigos, 
entran, se abren las puertas de mi 
infancia, la mesa se sacude, 
al golpe de una mano ferroviaria 
chocan los gruesos vasos del hermano
y destella el fulgor de los ojos del vino.
Mi pobre padre duro allí estaba, en el eje de la vida, 
la viril amistad, la copa llena. 
Su vida fue una rápida milicia 
y entre su madrugar y sus caminos,
entre llegar para salir corriendo, 
un día con más lluvia que otros días 
el conductor José del Carmen Reyes 
subió al tren de la muerte y hasta ahora
no ha vuelto.
Memorial de Isla Negra 

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