Soneto 19 de Miguel Hernández, Yo sé que ver y oír a un triste enfada Yo sé que ver y oír a un triste enfada cuando se viene y va de la alegría como un mar meridiano a una bahía, a una región esquiva y desolada. 5-Lo que he sufrido y nada todo es nada para lo que me queda todavía que sufrir, el rigor de esta agonía de andar de este cuchillo a aquella espada. Me callaré, me apartaré si puedo 10-con mi constante pena, instante, plena, a donde ni has de oírme ni he de verte. Me voy, me voy, me voy, pero me quedo, pero me voy, desierto y sin arena: adiós, amor, adiós, hasta la muerte. |
“Alba de noche oscura” Sobre la luna inmóvil de un espejo, celebra una redonda cofradía de verdes pinos, tintos de oro viejo, la transfiguración del rey del día. La plata blanda, ayuna del reflejo, muere ya. Del cristal -lámina fría- dice la voz del vaho en agonía: -Doró mi lengua el sol, ¿de qué me quejo? La puertas del ocaso, ya cerradas, tapina de luto el campo. Negros perros, a lo que nadie sabe, ocultos, gritan. Decapitando sueños, fatigadas, sobre el túmulo alto de los cerros las estrellas del valle se marchitan. Rafael Alberti “Cuerpo del amanecer” Cuerpo del amanecer; flor de la carne florida. Siento que no quiso ser más allá de flor tu vida. Corazón que en el tamaño, de un día se abre y se cierra. La flor nunca cumple un año, y lo cumple bajo tierra. Miguel Hernández |
“Amanecer” En la honda noche universal que apenas contradicen los faroles una racha perdida ha ofendido las calles taciturnas como presentimiento tembloroso del amanecer horrible que ronda los arrabales desmantelados del mundo. Curioso de la sombra y acobardado por la amenaza del alba reviví la tremenda conjetura de Schopenhauer y de Berkeley que declara que el mundo es una actividad de la mente, un sueño de las almas, sin base ni propósito ni volumen. Y ya que las ideas no son eternas como el mármol sino inmortales como un bosque o un río, la doctrina anterior asumió otra forma en el alba y la superstición de esa hora cuando la luz como una enredadera va a implicar las paredes de la sombra, doblegó mi razón y trazó el capricho siguiente: Si están ajenas de sustancia las cosas y si esta numerosa Buenos Aires no es más que un sueño que erigen en compartida magia las almas, hay un instante en que peligra desaforadamente su ser y es el instante estremecido del alba, cuando son pocos los que sueñan el mundo y sólo algunos trasnochadores conservan, cenicienta y apenas bosquejada, la imagen de las calles que definirán después con los otros. ¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida corre peligro de quebranto, hora en que le sería fácil a Dios matar del todo Su obra! Pero de nuevo el mundo se ha salvado. La luz discurre inventando sucios colores y con algún remordimiento de mi complicidad en el resurgimiento del día solicito mi casa, atónita y glacial en la luz blanca, mientras un pájaro detiene el silencio y la noche gastada se ha quedado en los ojos de los ciegos. Jorge Luis Borges |
Una larga carretera entre grises peñascales, y alguna humilde pradera donde pacen negros toros. Zarzas, malezas, jarales. Está la tierra mojada por las gotas del rocío, y la alameda dorada, hacia la curva del río. Tras los montes de violeta quebrado el primer albor; a la espalda la escopeta, entre sus galgos agudos, caminando un cazador. Antonio Machado |
“Alba” Mi corazón oprimido Siente junto a la alborada El dolor de sus amores Y el sueño de las distancias. La luz de la aurora lleva Semilleros de nostalgias Y la tristeza sin ojos De la médula del alma. La gran tumba de la noche Su negro velo levanta Para ocultar con el día La inmensa cumbre estrellada. ¡Qué haré yo sobre estos campos Cogiendo nidos y ramas Rodeado de la aurora Y llena de noche el alma! ¡Qué haré si tienes tus ojos Muertos a las luces claras Y no ha de sentir mi carne El calor de tus miradas! ¿Por qué te perdí por siempre En aquella tarde clara? Hoy mi pecho está reseco Como una estrella apagada. Federico García Lorca |
Cesar Martinez Puig
mis poemas nunca reflejan situaciones personales, solo las recreo. Cuando se abra la noche.- 419. Cuando se abra la noche a la alborada, se despierten los grillos en la fuente, y vuelvan las gaviotas al rompiente, cantarás a la vida enamorada. Cuando el sol ilumine tu morada, despereces desnuda, irreverente, te muestres a la vida transparente te sentirás mujer afortunada. Cuando estés en la tarde sosegada, cuando te hable al oído sugerente, acaricie tus senos imprudente, Me ofrecerás tu boca interesada, caerás entre mis brazos derrotada, entregada al amor como impaciente. César diciembre del 2011. |
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