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domingo, 4 de julio de 2010

La Casita de Chocolate (contado por la bruja)




Érase una vez dos niños que se perdieron en el bosque y entonces encontraron mi casita de chocolate. Yo me llamo Maruja, soy alta y tengo una verruga en la nariz y unas ocho en la cara. ¡Y algunas con pelos que pinchan! No entiendo por qué la gente piensa que soy una bruja y no quieren darme besos. ¡Yo también tengo mis sentimientos! ¡Y a veces hasta lloro y me entran ganas de convertirlos en sapos a todos!. Vivo en una casa muy dulce. Cuando quiero merendar le doy un lametón a la pared. ¡Así nunca tengo que ir a comprar! Mi casa está en un claro del bosque “Pirulón”, rodeada de árboles que echan piruletas y chupachups. Cerca de mi casa pasa un río de batido de fresa con piedras de chocolate y peces de chocolate blanco. Allí siempre voy a tomar el postre. También tengo un pozo de zumo de naranja natural. Hay conejos de helado de vainilla (aunque en verano se derriten), pajaritos de palomitas de maíz y cuando llueve, caen caramelos. El sol es de sorbete de limón y si aprieta mucho en verano te cae para llenar una botellita. Un día estaba leyendo una revista de chocolates y de repente vi un agujero en una esquina de mi casa. Asomé la cabeza y vi a dos niños. Entonces pregunté:

- ¿Quiénes sois?

Entonces el niño respondió:

- Yo soy Hansel y ésta es mi hermana Gretel. Nos hemos perdido y tenemos mucha hambre. Entonces hemos encontrado esta casa y hemos empezado a comer.

Les dijé que entraran, que les daría una comida decentita. Primero no querían entrar pero al final los convencí. Una vez que entraron me giré rápidamente y encerré a Hansel en una jaula, ya sé que está un poco mal, pero es que yo como carne humana y en ese momento tenía tanta hambre... Cuando cerré la jaula me guardé la llave en el bolsillo y obligué a Gretel a que limpiará mi casa y que hiciera la colada. Los dos se resistieron mucho, pero al final no se salieron con la suya. Como Hansel estaba muy delgado todos los días le daba 50 kilos de comida. Pero el niño, que no era nada tonto un día que le dí un muslo de pollo, cogió el hueso y, como soy un poco miope, me lo enseñaba cada vez que le decía que me sacará el dedo para ver si había engordado. Y así lo hacía todos los días. Pero un día me harté y decidí comérmelo ese mismo día, aunque no estuviera nada gordo. Cuando estaba encendiendo el fuego, la niña me dio una patada en el culo y me metió en el horno, me quito las llaves del bolsillo y abrió la jaula, de forma que salió el niño. Se fueron corriendo y me dejaron ahí, metida en el horno achicharrándome el cutis. ¡Por lo menos se me cayeron algunas verrugas! Los niños llegaron a su casa y yo me quedé con quemaduras de tercer grado. Al final los niños se quedaron muy contentos y yo me tuve que quedar con mis quemaduras del tercer grado . Y colorín colorado este cuento embrujado se ha acabado.

(De la web: CEIP San Isidro Labrador)

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