Generalizar en una descripción que aúne a muchos seres siempre conduce a un gran error. Decir que los hombres soló piensan en lo mismo, las mujeres conducen mal, los andaluces son catetos, los catalanes agarrados, los madrileños unos chulos (y podéis añadir lo que se os ocurra), no es más que una sarta de disparates. Incluso aunque uno de esos seres cumpliera la condición que le asignamos, y aunque coincidieran dos, y aunque generalmente se cumpliera, cada afirmación no deja de ser un tópico. (...) Temo decir que generalizaré en este capítulo, pero apoyándome en los rasgos más genéricos. Aquellas características que sean excluyentes y considere que no se cumplen en todas o en la mayoría de las hadas, las dejaré para cuando hable de ellas de modo individual.
Creo que no me equivoco demasiado si juzgo como primer rasgo común que las hadas son seres femeninos. Es cierto que su naturaleza no es tan estable o tangible como la del hombre, por lo que escojo el término de “espíritu femenino” para designarlas. En las hadas, a diferencia de los hombres, no podemos hablar de tamaños, edades o estatura, sino de aspecto.
Una de sus características más nombradas es la capacidad que tienen de cambiar de apariencia. Normalmente suelen elegir para presentarse la apariencia humana, y es bajo esta figura cuando protagonizan las historias de amor con mortales, aunque también pueden adoptar aspecto animal o vegetal. Las mujeres del río pueden convertirse en pez o medio-pez, las selkies en focas, o Melusina en serpiente. Otras, sin embargo, prefieren las plantas, convirtiéndose en flores y árboles.
Algunas teorías insisten en que no son ellas las que eligen poder cambiar de apariencia, sino que es nuestra mirada la que hace que las veamos de un modo u otro. No estoy de acuerdo con esta postura, puesto que si nos apoyamos en los relatos, comprobamos cómo en la mayoría de los casos son ellas las que en un momento concreto eligen su aspecto para darle una lección a los hombres o burlarse de ellos.
Relatos de distintas culturas coinciden en contar la historia de dos hermanas, una de buen corazón y otra sin sentimientos, que por cualquier motivo se ven envueltas en una aventura. Se les aparece un hada o un ser mágico y la buena reacciona de forma generosa y por ello es recompensada, mientras que la mala se muestra injusta y desprecia a este ser, siendo castigada. Uno de los autores que han tratado este tema en sus relatos fue Perrault, en su cuento Las Hadas. Su versión es una más entre las que hay, pero elijo para resumir la suya porque es la más conocida. Lo que viene a continuación es una variación mía de su relato, pero os aconsejo leer el de Perrault. Siempre hay que leer al maestro.
Érase una vez una viuda que tenía dos hijas, tan diferentes entre sí que nadie diría que eran hermanas. De la más pequeña decían los que la conocían que era el vivo retrato de su padre, generosa y obediente, y más dulce que un terrón de azúcar. La mayor no podía negar que era digna hija de su madre, siempre con el ceño fruncido y de mal humor. Egoísta, altanera, creía que se lo merecía todo, y así le fue.
Cada día, muy de mañana, la hija menor se levantaba temprano, cogía su cántaro e iba a por agua a la fuente. La pobre nunca se quejaba, aunque tenía que andar más de media legua de camino para llegar.
Uno de esos días, cuando ya había llenado el cántaro y se volvía a casa, se le acercó una anciana que le pidió de beber:
- Tome, señora, beba usted cuanto quiera, que ahora yo lo lleno de nuevo.
Y la anciana bebió.
- Veo que además de hermosa tienes buen corazón. Te concedo un deseo: cada vez que pronuncies una palabra, de tu boca saldrán diamentes y piedras preciosas.
Pero la mujer no era una mujer cualquiera, era un hada disfrazada que quería conocer los verdaderos sentimientos de la joven.
La niña volvió muy contenta a casa, y nada más llegar le contó a la madre lo que le había ocurrido. Las piedras preciosas brotaban de su boca ante el asombro de su madre. Le faltó poco tiempo a la madre para llamar a la otra hija y decirle:
- ¿Has visto a tu hermana? Ya puedes ir a la fuente a por agua, y si una vieja te pide agua se la das amablemente.
- Pero, mamá, ¿me vas a obligar a que vaya hasta la fuente, con lo lejos que está y lo cansada que estoy?
Pero la madre no cedía, y refunfuñando la hermana mayor despreció el cántaro de barro de su hermana y, muy peripuesta, llevó consigo el más hermoso jarro de plata de la casa.
Llegó a la fuente, llenó el cántaro y una hermosa señora, elegantemente vestida, se le acercó a pedirle un poco de agua.
- ¿Qué pasa, que no sabes cogerla tú con tus propias manos? ¿qué te has creído, que a mí no me cansa? Déjame, que estoy esperando a otra persona.
- Ahora sé lo que en verdad hay en tu corazón, cada vez que hables de tu boca saldrán sapos y culebras.
Y volvió a su casa. La madre le preguntó que qué tal le había ido y ella, entonces, comenzó a decirle que había visto a una hermosa mujer, pero su madre no pudo terminar de oír la historia del asco que le provocaban los bichos saliendo de su boca.
- Tú tienes la culpa de lo que le ha pasado a tu hermana - le dijo a la hija menor, mientras se le acercaba con la mano levantada. La niña tenía tanto miedo de que le pegaran que salió huyendo de la casa. Se adentró en el bosque llorando, se sentía muy sola y triste. A su espalda escuchó el relinchó de un caballo.
- ¿Por qué lloras, hermosa niña? ¿Tú crees que es justo que unos ojos tan bonitos sufran de ese modo?
Y vio que se acercaba un hermoso príncipe que iba camino de su castillo, y éste le pidió que le contara su historia. A medida que la niña iba contando su aventura, el joven príncipe se iba enamorando de ella. Le gustaba su hermosura, pero más apreciaba la dulzura de sus palabras, la nobleza de sus gestos, y además podía estar seguro de una cosa, tenía buen corazón. Y cuando ella terminó su aventura, la montó en su caballo y se la llevó con él a palacio. Y dicen por ahí que siempre fueron felices.
Este relato nos viene a demostrar dos ideas, que las hadas pueden elegir la apariencia bajo la que se muestran y que recompensan los buenos actos.
Es cierto que en ocasiones no son ellas las que eligen su aspecto, sino que es un ser con más poder que ellas, un brujo o una bruja, quien lo elige. El caso más conocido es el de Melusina, que por culpa de un maleficio estaba condenada a convertirse los sábados en serpiente. Pero la historia de Melusina también os la contaré más adelante.
Como ya mencioné anteriormente, algunos mantienen que las hadas no son las que cambian, sino que es nuestro pensamiento el que las hace cambiar de forma. Son como las imaginamos, las vemos como queremos que sean.
Yo prefiero pensar que son espíritus traviesos y burlones contra la seriedad humana, y si cambian de forma es para desmitificar la supuesta realidad en la que tanto cree el hombre. Algunas hadas, como las Lamias, se caracterizan por su espíritu de negación, dicen sí cuando quieren decir no, y no cuando quieren decir sí, y así lo hacen todo. Basta que creas algo para que ellas te demuestren lo contrario. Pienso que es su traviesa forma de ser la que las hace cambiar de tamaño. Si no me creen, pregunten a un niño, ¿es divertido disfrazarse, hacerse invisible, jugar con los mayores a que crean lo que no es? Pues para ellas también es divertido, y por eso juegan.
Respecto al cambio de apariencia, otros relatos demuestran que vemos lo que ellas quieren que veamos, y no al revés.
Dicen que hace muchos años, una comadrona dormía tranquila en su cama cuando dos hombres entraron en su casa precipitadamente. Todo fue tan rápido que la mujer no supo cómo reaccionar. Más tarde contaría que la agarraron de pronto, y sin preguntarle nada la sacaron de la casa. Le taparon los ojos y la montaron en un carro. Notó cómo se detenían y la obligaban a salir. Cuando le quitaron las vendas estaban en una habitación enorme, muy lujosa, donde descansaba una señora vestida de blanco, bellísima, que estaba dando a luz. De pronto sintió una presión en sus ojos, alguien le untaba algo y la casa se convirtió en un cuartucho sucio y pobre. La mujer estaba tan sorprendida que pensó que había visto visiones, probablemente por haber llevado tanto tiempo los ojos cerrados. Ya sabemos que cuando se pasa mucho tiempo en la oscuridad, los ojos tardan en acostumbrarse a la luz y no vemos bien durante un rato. La comadrona conocía muy bien su deber y se puso manos a la obra. Minutos después un hermoso niño lloraba en sus brazos. Luego se lavó las manos y con la mano derecha húmeda se frotó el ojo. De nuevo unas manos le vendaron los ojos y la devolvieron a su casa.
Una mañana, en el mercado, vio a uno de los hombres que la llevaron a esa casa:
- ¿Cómo está el niño, está muy hermoso?
El hombre le miraba con ojos atónitos.
- ¿Con qué ojo me ves?
Sorprendida por la pregunta cerró los ojos de forma alternativa, hasta que se dio cuenta de que era el derecho.
- Con el derecho.
El hombre le metió el dedo en el ojo y ya nunca más lo volvió a ver.
Según afirman, el cambio de apariencia les supone un notable esfuerzo, un importante consumo de energía, por lo que si adoptan el tamaño de un ser grande no lo pueden mantener mucho tiempo. Éste es el motivo de que la mayoría de las hadas, si tienen que cambiar de forma, prefieran un cuerpo pequeño. Aunque no todas tienen esta cualidad, algunas son tan pequeñas que no pueden cambiar de tamaño.
En relación con su apariencia física, independientemente de que sean grandes o pequeñas, suelen tener algunos rasgos delatores. Dicen que cuando adoptan la forma humana, siempre tienen algún rasgo exagerado o deformado que las descubre. El más conocido son sus orejas puntiagudas, como recordamos en Campanilla. Otros son sus pies, a veces de cabra; o los pechos, normalmente muy largos y colgantes; o la espalda, totalmente hueca. En la descripción de las hadas suele ser muy común la referencia a su largo cabello rubio que cumple una doble función, además de resaltar su belleza oculta este rasgo deforme. Las Aguane, por ejemplo, tienen los pies al revés, las Vile yugoslavas tienen pies de cabra, las Mujeres del Río tienen los pechos tan largos y deformes que se los echan a la espalda y los tapan con los cabellos, y de las Lamias dicen que pueden tener pies de cabra o de oca.
En muchas hadas, aunque no es un rasgo común a todas ellas, se pueden descubrir dos pares de alas en su espalda, el segundo más pequeño, que no usan para volar. Al ser seres etéreos el pensamiento les puede servir para desplazarse o volar, sin necesidad de un miembro destinado a ello. También se habla de que las suele envolver un halo luminoso. Si recordamos la versión de Disney, Campanilla siempre está rodeada de un halo luminoso, una especie de polvo dorado, que es el que permite que pueda volar. Cuando la perra Nana no puede volar, espolvorea al animal hasta que éste empieza a elevarse.
Respecto a su materia, además de cambiante, es espiritual, etérea, por lo que la mayoría de las veces son invisibles al ojo humano. Prefiero decir invisibles sólo al ojo humano porque parece ser que los animales, con los sentidos más agudos que los nuestros, como la vista, oído y olfato, parece ser que sí notan su presencia. Tienen la capacidad de hacerse a su antojo invisibles y visibles al ojo humano, por eso es tan difícil verlas. En un bosque, por ejemplo, puede ser que veamos una dríade, un ser con apariencia de mujer y de pronto desaparece esa imagen y sólo escuchamos el rumor de unas hojas, y nuestra razón se encarga de informarnos de que era el viento. Pero no, puede ser que no nos hubiéramos equivocado, y en realidad fuera una dríade que se volvió invisible y sólo nos quedó el rumor de las hojas. Es comprensible que muchas personas no crean en las hadas, porque son cambiantes, casi invisibles, y juegan con nosotros. Algunos mortales tienen capacidad para verlas: los nacidos en domingo, aquéllos con sensibilidad especial y los poseedores de un talismán élfico. Y, sin duda, también es más fácil verlas si crees en ellas, porque si no tu razón tratará de buscar una explicación convincente.
Entre sus rasgos también poseen facultades mágicas. Pueden ayudar a los hombres, beneficiarlos, o pueden hacerles daño con sus poderes. Como veremos más adelante, una Seligen puede convertir una flecha en plastilina, si con eso consigue que un hombre no mate a un animal; una Anjana puede convertirse en fuego para escarmentar a un hombre malo, o una Rusalki puede atraer a un hombre con sus poderes para ahogarlo.
Entre otras facultades conocen los poderes de las plantas, hablan con los animales, pueden trabajar más rápido que los hombres sin esfuerzo y, muchas veces, usan sus tremendos poderes para hacer que los hombres se obsesionen con ellas hasta la muerte.
En cuanto a cómo van vestidas o adornadas, puede haber tantas maneras como hadas. Es cierto que suelen ser muy coquetas, pero también se puede ser coqueta con total sencillez. El modo de vestir además de distinguirlas las define, es decir, según el tipo de ropa que llevan podemos intuir cómo son. Algunas escogen para su adorno vaporosos vestidos o túnicas blancas, como las damas blancas, las anjanas o las hadas madrinas. No es casual que identificándose con el blanco, color de la pureza y la bondad, estas hadas sean benéficas y protectoras con el ser humano. Otras visten de verde. El color verde es el color de la naturaleza, de las hojas, lo que permite que se puedan confundir, mimetizar con el medio.
Si van de verde, confundiéndose con las hojas, sin duda son unas hadas traviesas y juguetonas, como las Damas Verdes, que se divierten burlándose de los humanos. Si recordamos a Campanilla, su traje verde nos confirma su forma de ser caprichosa y juguetona.
Algunos autores afirman que el traje verde nos avisa de que nos encontramos ante un hada agrupada, mientras que el rojo nos informa de que se trata de un hada solitaria. Yo no mantengo esta distinción, porque, ¿qué ocurre con aquellas que van de blanco, vestidas con pieles de animales, con ricos vestidos bordados de dorado o simplemente van desnudas? Se nos escapan tantas hadas que la simplificación rojo/verde no puede ser un punto de partida.
Y volviendo a los trajes, otras prefieren taparse con pieles de animales, como las Aguane. Las Aguane son guardianas de los bosques, protectoras de sus animalitos. Conocen el lenguaje animal, se visten como ellos y los protegen, ¿es o no casual que prefieran vestirse como ellos?
Las Rusalki, en cambio, prefieren ir simplemente desnudas o adornadas con hojas. La relación o identificación de las Rusalki con la naturaleza es muy grande, pueden incluso controlar la lluvia o el viento, y según esto ¿hay algo más natural que el propio cuerpo desnudo?
Otras prefieren el esplendor, la hermosura, los adornos, la riqueza. No nos confundimos al pensar en unas hadas aristocráticas. Entonces hablamos de joyas, lazos, adornos, tules, elegancia, velos y colores. Es la nobleza, marcando siempre la diferencia. Pero afirmar esto es tirar por tierra la frase “el hábito no hace al monje”, pero ¿acaso no son las hadas mucho más simples de pensamiento que nosotros? ¿Por qué extrañarnos de su simpleza al escoger la ropa de vestir?
Entre las muchas cosas que debemos aprender de las hadas, podemos aprender su apego a la naturaleza. No sé si su comida es más rica que la nuestra, pero sin duda es más natural y mejor para la salud. Como en todo les gusta lo natural, rechazan los alimentos elaborados de los mortales, los precocinados, congelados, y seguro que se echan las manos a la cabeza con la manipulación genética de los alimentos. Que conste, no estoy dando mi opinión. Una, que es de ciudad, compra las judías verdes no sólo limpias y cortadas, sino congeladas. Pero comprendo que, desde la óptica de estos seres, es una aberración contra la naturaleza, y quizás no se equivoquen.
Varios son los alimentos básicos en su alimentación: las verduras, la fruta, la leche, el trigo, y como golosina la miel. Podríamos decir que son vegetarianas, ¿cómo imaginarlas matando a un animalito para comerlo? Prefieren las hojas y raíces de los árboles, los tallos de brezo, y seguro que saben sacarle mucho partido a las hierbas.
El trigo, que convierten en pan, parece ser que es otro de sus bocados predilectos. Y nos preguntaremos, ¿de dónde sacan la harina? Pues la roban de los hombres, así de simple. Desde la óptica humana el robo es un delito, pero, ¿qué hacer si no tienes harina y la necesitas para el pan? Pues robarla, su lógica es aplastante. También parece ser verdad que cuando las hadas cometen un pequeño hurto luego lo devuelven, y siempre son generosas. En un relato se cuenta cómo la harina la guardan en un tarro de cristal muy especial, y por mucha harina que saques vuelve a estar lleno de nuevo. Así es fácil llegar a fin de mes.
En un relato inglés se cuenta cómo estaban unos bollitos dejándose hacer en un horno cuando veían que se quemaban, entonces los bollos de pan gritaban: “ayudadnos, ayudadnos, que nos quemamos”, y una niña buena los sacó de allí para que no se quemaran. Como vemos, incluso sus alimentos pueden tener poderes especiales.
La leche, ¿hay alimento más natural que la leche? para ellas es un manjar. Les encanta, pero disfrutan tomándola directamente de la vaca. En ocasiones, estas vacas no corretean libres por el prado, sino que están en un establo y tienen dueño. No creo que les haga mucha gracia al hombre levantarse a las seis de la mañana para ir a ordeñar a las vacas y ver que no tienen leche porque las hadas se le han tomado. Lo peor es que suele suceder muy a menudo.
Tanto les gusta la leche, que una de las cosas que más agradecen es que por la noche, antes de acostarse, les dejen un vaso de leche en la mesa para que, cuando todos duerman, ellas puedan salir a tomarla. Dicen que si un hombre hace esto, ellas bendecirán su casa.
La fruta también les gusta, sobre todo las manzanas, que cogen directamente de los árboles. Pero para ellas, lo más de lo más, es la miel. De nuevo les gusta tomarlas del modo más natural, directamente del panal de las abejas. Lo que ya no sé es cómo tomarán las abejas que les roben su miel, esto no nos lo han contado.
Esta es la alimentación que nos imaginamos en las hadas de los bosques, las más naturales de todos. Cuentan que en la mesa de las hadas aristocráticas nos podemos encontrar platos ricamente adornados y cocinados, pero parece ser que para ello hacen uso de su magia. Incluso dicen que les echan especias.
En la versión Disney de La Bella Durmiente, las tres hadas madrinas que escondieron a la joven, Fauna, Flora y Primavera, deciden por su dieciséis cumpleaños hacerle un hermoso vestido y una rica tarta de cumpleaños. Cogieron harina, huevos, pero demostraron que eran muy malas cocineras. La tarta tenía un pinta horrible, por cierto. Al final recurrieron al poder de su varita mágica y, agitándola, los huevos y la harina se batían y mezclaban bailando sobre la mesa, mientras daban forma a una magnífica tarta de cumpleaños.
LABORES
Nos puede llevar a error la imagen idílica que tenemos de las hadas, dulces, mágicas, rodeadas de música y entretenidas en juegos y bailes. Esta idea no es falsa porque sea mentira, sino porque es una verdad a medias, y una verdad a medias también puede ser una mentira.
“¿Dijiste media verdad?
Dirán que mientes dos veces
si dices la otra mitad.”
(Antonio Machado en Proverbios y Cantares)
Y es errónea esta afirmación porque además de cantar y bailar ayudan a los hombres en el campo, en la recolecta, tejen, algunas son hilanderas, otras matronas, muelen grano, cocinan, hacen mantequilla, algunas son guardianas de los bosques, otras de los ríos, protegen a los animales y plantas, otras acompañan a los ancianitos y solitarios, ayudan en las labores del hogar, aunque eso sí, y no podemos negarlo, otras dedican su tiempo a mirarse en el espejo mientras peinan su larga cabellera.
Los hombres del campo las conocen porque en ocasiones notan su presencia mientras trabajan. Dicen que son muy rápidas y constantes en todas sus labores. En el campo unas veces echan una mano en las labores de labranza, como en la recolecta, otras ejercen su control sobre el tiempo protegiendo las cosechas.
Uno de los oficios comúnmente asociados a las hadas es el de hilanderas, donde son las mejores. En esta ocupación destacan por la habilidad y calidad de sus hilados, esponjosos y apenas manoseados. En muchos cuentos el huso y la rueca de hilar son protagonistas, como en el de La Bella Durmiente, que la niña es condenada a pincharse con la rueca. Por cierto, tanto Perrault como Grimm tienen una versión de este relato, aunque los Hermanos Grimm la llamen Rosa-con-Espinas.
Son tan expertas en este arte que han montado una hilandería que dirige Habetrot, una vieja hada que ayuda a las jóvenes humanas poco diestras en la materia. Un antiguo cuento inglés nos relata su habilidad.
Una mañana se levantó muy temprano una mujer para hacer unos ricos pasteles para sus hijos. Puso toda su ilusión y empeño, pero cuando salieron del horno estaban muy hechos y duros. La mujer estuvo un rato pensando y decidió que si los dejaba reposar un rato se pondrían más blandos, por lo que le dijo a su hija:
- Lleva los pasteles a la alacena y déjalos un tiempo, vas a ver como volverán.
Dando por supuesto que la hija entendería la frase completa: “volverán a ponerse blandos”.
Pero la hija o no lo entendió o no quiso entenderlo, y se dijo a sí misma:
-¿Y por qué mejor no me los como, si luego van a volver otra vez?
Y se los comió.
Pasadas unas horas la madre recordó los pasteles, y pensó que ya estarían listos para comer, y dijo de nuevo a su hija:
- Ve a por los bollos, seguro que ya están en su punto.
Y la hija fue, miró la bandeja, pero no encontró ninguno.
- No, mamá, todavía no han vuelto.
- ¿Ninguno?
- No, mamá, todavía no ha vuelto ninguno.
- Pues trae uno, hija, que aun duro me lo comeré.
La hija no entendía lo que la madre le decía, ¿cómo se los iba a comer si no habían vuelto?, y contestó a su madre:
- Mamá, me los comí todos y no ha vuelto ninguno, ¿cómo quieres que te lo lleve?
Y la madre comprendió. Bastante bien que comprendió. Era tal su impotencia que por no darle una bofetada a su hija se fue a la puerta de su casa refunfuñando entre dientes:
- Cinco pasteles mi hija se ha zampado, cinco pasteles mi hija se ha zampado, cinco pasteles mi hija se ha zampado- hilando llena de rabia.
Un joven cruzaba la calle en ese momento por la calle y se acercó preocupado por la mujer.
- ¿Qué le ocurre?¿Puedo ayudarla en algo?
Pero la mujer no quería que supieran el apetito de su hija, y le dijo al joven:
- Cinco madejas mi hija ha hilado
- ¡Cinco madejas! ¡Qué muchacha más hacendosa! Una mujer capaz de hilar así y tan trabajadora seguro que es una buena esposa, enséñamela.
Y conoció a la joven, que además le pareció hermosa, y le pidió a su madre que se la diera por esposa, pero eso sí, le pondría una prueba. Durante once meses viviría con él en su palacio, y tendría todos los lujos que pidiera, pero al duodécimo mes tendría que hilar cinco madejas cada día. Si lo hacía sería la dueña de todo lo que él poseía y su mujer para el resto de su vida, si no la mataría por engañarle y por reírse de su honestidad.
La madre se puso muy contenta, porque el hombre era my rico, y la joven sólo pensaba en el presente, en el que viviría como una reina.
Y llegó al palacio. Los salones eran inmensos, muy iluminados, su habitación más grande que la casa entera de su madre, los techos altísimos, la decoración elegante, y lo mejor, cinco criados que le traían todo lo que ella quería y el mejor cocinero en palacio. La joven vivió feliz y despreocupada, su marido atento a ella. Y se olvidó, se olvidó de que al duodécimo mes tendría que hilar. Pero lo bueno se acaba pronto, y pronto llegó el momento.
- Mujer mía, mañana empieza el último mes de tu prueba, demúestrame lo bien que hilas- y le dio un beso de buenas noches.
La joven daba vueltas y más vueltas en la cama, sin saber qué hacer.
Al día siguiente su marido la llevó a una estancia grande, donde ella nunca había estado, con una rueca y todo el lino cubriendo la habitación. Luego se marchó y la dejó sola. La niña lloraba con angustia, sabiendo que era incapaz de hacer ni media madeja. De repente un pequeño hombrecillo se acercó a ella.
- ¿Por qué lloras?
- Déjame, nadie puede ayudarme - decía entre llantos. Y con la voz entrecortada le contó su disgusto.
- ¿Eso es todo? Tiene fácil arreglo. Todas las noches subiré a tu ventana y recogeré el lino necesario, y al día siguiente por la tarde, antes de que llegue tu marido te traeré las cinco madejas.
- ¿Y cómo te pagaré?
- No quiero dinero, a mí me gustan los juegos. Te propongo uno. Todas las noches, cuando venga a recoger el lino, te daré tres oportunidades para que aciertes mi nombre, si llega la última noche y no lo has acertado serás mía para siempre.
- Vale - dijo la joven, porque al fin y al cabo, ¿qué perdía, pues si no lo conseguía la mataría su marido?
Y así se hizo. Cada noche el hombrecillo recogía el lino y empezaba el juego.
- ¿Jack?¿Sam?¿Tom?
- ¿George?¿Jim?¿Lucas?
- ¿Carlos?¿Bill? ¿Robert?
- No
Y cada tarde le traía las madejas. Y transcurrieron los días, las semanas, y ya sólo faltaban tres días para que se cumpliera un año desde que llegó a palacio.
- ¿Ned? No ¿John? No ¿Job? No
Y la seguda noche lo intentó con nombres más raros.
-¿Rigoberto? No ¿Casimiro? No ¿Carpóforo? No
Y se marchó de nuevo. La joven lloraba de nuevo, pero esta vez de desesperación. Su marido se acercó antes de acostarse a ella, como cada noche a darle el beso de bienvenida.
- ¿Por qué lloras, amada mía, es por la emoción? Si sólo te queda una noche y lo has hecho muy bien. Te voy a contar algo divertido para que te rías. Hace un rato, cuando salí al jardín a darle el último vistazo a la casa, un hombrecillo negro daba botes de un sitio para otro, un pie para aquí, otro para allá, y cantaba algo muy gracioso que repetía mientras saltaba:
“Lo sepan o no
mi nombre es Tom Tit Tot”
La joven abrió los ojos como platos, abrazó a su marido y le dio un fuerte beso.
- Ya veo que te has alegrado, cariño, anda, duérmete, que mañana te queda la última jornada y debes estar cansada - y se marchó.
Y llegó la última tarde, entregaba sus madejas y retorciendo las manos preguntó el hombrecillo:
- ¿Lo sabes?
- No, pero déjame intentarlo. ¿Jacob?
- No- y se reía dando botes el hombrecillo.
- Una vez más, ¿Gabriel?
- No- y la risa ya se oía en todo palacio.
- Déjame pensar un pareado, a ver, ¡ya lo sé!
Te guste o no
tú te llamas Tom Tit Tot.
- ¡Aaaahhhh!
Y desapareció.
Otro oficio común entre las hadas es el de matrona o ventreras. No deja de sorprender que en el momento de dar a luz las hadas busquen matronas para el momento del parto, porque precisamente son las humanas las que pedimos su protección para los nuestros. En Bretaña, por ejemplo, cuando una mujer se pone de parto, junto a su habitación se arregla otra y se le deja comida en la mesa, para conjurar a las hadas y que éstas les ayuden en esos momentos. No podemos reprochar a las hadas que rapten a matronas humanas para que las asistan, es conocida en el mundo entero nuestra experiencia en la concepción, y no hay más que ver a los chinos.
No podemos negar que muchas veces el apoyo que prestan a los hombres es fundamental. Cuando uno está perdido por el bosque un hada suele enseñarle el camino de vuelta (aunque otras se dediquen a perderlos para divertirse), otras acompañan a los ancianitos que están solos, entreteniéndolos con saltos y contándoles cuentos, otras auxilian a los viudos en las labores del hogar, limpiando y arreglando la casa a escondidas, otras socorren a los enfermos y les ayudan con su brebaje milagroso, otras enseñan a los hombres el misterio de las plantas para que ayuden a la humanidad, otras ...
Y es que el hombre debería fijarse más en su entorno y pensar menos que todo ocurre por azar, ¿o todavía creen que la manzana de Newton se cayó por casualidad?
AFICIONES
Entre las aficiones de las hadas hay una común a todas ellas: su pasión por la música. Además de que les gusta, demuestran que tienen un gran talento, buen oído y una hermosísima voz. Ulises en la Odisea no tenía miedo de la belleza de las sirenas, sino de su voz, tan dulce y sugerente que les hechizaba, perdían toda conciencia y eran atraídos hacia ellas, provocando que chocaran los barcos y los marineros muriesen ahogados. Disney supo aprovechar bien esta afición de las hadas para crear una fantástica banda sonora para su “sirenita”.
Es tal su pasión por la buena música que se dice que alguna vez no han podido resistirse y han raptado a destacados gaiteros gallegos para que les acompañen en sus bailes. Con los gaiteros han llegado a un buen intercambio de conocimientos, ellos les llevaron su música, y ellas les enseñaron sus canciones.
La música les gusta en todas sus expresiones, disfrutan cantando, tocan el violín, la flauta, el arpa, la armónica, les encanta tocar los platillos y saltar a su son, se divierten bailando, ...
En cuanto al baile, la danza de las hadas es muy peculiar. Se reúnen en corro, formando un círculo, un círculo mágico, y a su alrededor saltan y bailan de modo alegre y despreocupado. Lo que no soportan es que alguien curiosee por allí cuando ellas bailan, por lo que puede ser peligroso para el ser humano que lo intenta, que siente una atracción que no puede controlar y que le lleva a unirse a ese círculo. El encanto de la música, la algarabía del ambiente, los pitos, saltos y cantos, acaban atrayéndolo a su interior, y si sucumbe y entra queda atrapado en su mundo.
Cuentan que las noches previas al cambio de estación, las hadas salen al exterior a divertirse con sus bailes y danzas, en el apogeo de sus poderes. La noche más propicia para encontrar un corro de hadas es la Noche de San Juan, su noche preferida. Si una noche, por el bosque, descubre muchas lucecitas a lo lejos que parece que saltan y una música desconocida, está usted asistiendo al baile de las hadas.
Además de la música y la danza, otra afición de las hadas son las cabalgatas.
Para las hadas cualquier día puede ser motivo de fiesta, aunque tres son las noches mágicas en que las leyes mortales quedan derogadas y las hadas salen a celebrarlo al exterior: la noche de San Juan, inicio del solsticio de verano; la noche de Beltane, víspera del Primero de Mayo; y el 31 de Octubre, víspera del Día de Todos los Santos.
En estas tres noches se sucede el siguiente rito.
Primero preparan sus cortejos mágicos, iniciando un magnífico desfile. Las hadas se ponen sus mejores galas, sus vestidos de rasos y tules. Les acompañan sus corceles, adornados con campanillas y borlas de colores, con el máximo colorido posible, y justo cuando llega la medianoche avanzan en procesión. El orden suele estar establecido, delante los reyes, con todos los honores, y detrás de ellos los siguen los principales caballeros a la orden del rey. Suenan las gaitas, los tambores. Primero un estandarte rojo y un grupo de caballeros, luego el estandarte verde y detrás los caballeros, más tarde el estandarte blanco y detrás más caballeros. Cierra el desfile el resto de hadas y cortesanos. Unas avanzan a caballo, otras danzando y bailando a su alrededor. A estas procesiones se les conoce como “correrías de las hadas”.
Cuando termina el desfile se reúnen en círculos alrededor de la hierba y da comienzo el baile. Iluminan el lugar con la luz de las antorchas y al son de las gaitas cantan y danzan hasta el amanecer.
Todos saben, o al menos todos deberíamos saber, que en ninguna de estas noches se debe molestar a las hadas, porque si algún mortal, llevado por la curiosidad, atraviesa sus dominios, éstas se pueden mostrar crueles, hacerles sufrir y burlarse de ellos para castigar su osadía.
La noche de San Juan, noche mágica en todas las culturas, se celebra el 23 de Junio, noche anterior a la Epifanía de San Juan Bautista. Por toda Europa los campesinos celebraban esta noche encendiendo grandes hogueras, celebrando así la llegada del verano. Era una manera de exorcizar los malos espíritus para que las cosechas fueran favorables.
El fuego es uno de los cuatro elementos de la naturaleza y un elemento fundamental en los ritos, en cierta manera asociado a su contrario o complementario, el agua. Ambos representan el final de algo y el principio de algo nuevo. Si el agua significa la purificación y el nacimiento, el fuego es la ruptura con lo anterior para empezar de cero construyendo algo nuevo. Cuando queremos olvidar algo malo no hay mejor manera que quemarlo, destruirlo, con la esperanza de que lo que venga será mejor. Por eso la noche de San Juan es una noche mágica, con las hogueras quemamos el pasado e iniciamos un ciclo nuevo, el verano, que esperamos sea próspero.
Otra noche mágica cargada de gran simbología en todas las culturas es la noche del 31 de octubre, o víspera de Todos los Santos Difuntos. El peligro de esta noche es que no sólo las hadas salen a celebrarlo, sino que también acuden los espíritus malignos, los espíritus de los muertos que no están en paz. Los mortales deben tomar mayores precauciones esa noche, porque pueden cruzarse con una procesión de almas difuntas que los llevarán con ellas.
Según parece el origen de la celebración de la noche de Halloween en Inglaterra está relacionado con las huestes, las hadas malignas. Los antiguos druidas creían que la noche anterior a lo que hoy es el Día de Todos los Santos Difuntos (el 1 de Noviembre), Samán, el señor de la muerte, convocaba a las huestes de los espíritus malignos y, para protegerse de ellos, los druidas encendían grandes hogueras. Para los celtas, los muertos bajaban esa noche a su antigua morada, la tierra.
La tradición de encender hogueras por estas fechas sobrevivió hasta épocas modernas. Con el paso del tiempo se añadieron nuevos ritos, utilizar calabazas huecas iluminadas por la luz de una vela en su interior, disfrazarse y pedir caramelos y chucherías por las calles, convirtiendo esta noche en una diversión. Por eso los disfraces más apropiados para esa noche son los de esqueleto, en referencia a los muertos, las brujas y otros personajes temidos, como Drácula. Es un modo de exorcizar los humanos a los malos espíritus.
Otra afición compartida por muchas hadas es la caza, aunque no es común a todas ellas, es la aristocracia féerica la que prefiere este deporte. Dicen que las hadas aristocráticas cazan venados acompañadas de perros blancos con orejas rojas. Aunque otras hadas también son conocidas por la caza, la temida Sluagh, que se divierte con un juego macabro, cazar almas montadas en caballos de ojos de fuego. Esto último suena a cuento, probablemente de hadas.
JUEGOS
Si a las hadas les gusta divertirse, no podemos negar que no hay mayor diversión que los juegos, sobre todo si con quienes juegan es con los humanos. Les encantar gastar bromas, jugar al escondite, a los juegos de pelota, al ajedrez, les alegra contar cuentos, etc.
Entre sus bromas preferidas está la de perder a los humanos desorientándolos por el bosque, mientras se burlan desde su escondite viendo como los hombres dan vueltas una y otra vez por el mismo sitio. Otras veces juegan a asustarlos, le rozan apenas el brazo, o la pierna, o les tiran pellizquitos, y se ríen viendo los saltos y los sobresaltos que se llevan los mortales, o hacen ruidos por la noche para que los niños se asusten. Otras veces juegan con los hombres a las apariciones, se hacen visibles por un instante y luego desaparecen, desconcertándolos. Otras veces los hacen volverse locos cambiando las cosas de sitio, escondiéndolas, lo que explica que muchas veces no encontremos las llaves. Y así pasan felices el tiempo. En el bosque disfrutan más, porque el hombre se mueve peor en ese medio y se asusta con más facilidad. En el bosque podemos escuchar sus risas continuamente, confundidas con el rumor de hojas.
A las hadas aristocráticas les encanta el ajedrez, sobre todo si juegan contra un humano. Dicen que las más habilidosas en este juego son las Daoine Sidhe de Irlanda y las Sidh de Escocia. Pero no son limpias en el juego, porque es tal su superioridad frente a los humanos que les gusta retarlos a tres partidas, haciendo como que se dejan vencer en las dos primeras partidas, para que se confíen. Luego los convencen para hacer apuestas cada vez más ambiciosas, y en la tercera, cuando ya los tienen a su merced, se muestran implacables, ganando el premio que ellas eligen.
Cuenta una historia que el rey de una corte élfica estaba enamorado de Elena, una joven mortal terriblemente bella, pero había un inconveniente a este amor, la joven estaba casada. Durante un tiempo el rey la sedujo sin contemplaciones, hasta lograr convencerla. La muchacha esperaba el momento de poder escapar con su amante, olvidando los deberes contraídos con su marido. Una noche el rey élfico se presentó a las puertas de su casa:
-¿Qué quieres? - preguntó el marido al joven apuesto que golpeaba su puerta.
- He pensado que querrías jugar al ajedrez conmigo, me han dicho que no hay jugador mejor que tú en estas tierras.
Las falsas adulaciones convencieron al incauto marido, que permitió que aquel hombre entrara en su casa. Jugaron una primera partida y el rey se dejaba ganar. Viendo que la partida le era favorable a su adversario le propuso una apuesta, quien ganara le regalaba al otro cincuenta de sus mejores caballos, y así lo hicieron. Como era de esperar ganó el mortal, que se alegró de recibir cincuenta corceles de raza.
A la noche siguiente de nuevo dos golpes sonaron en la puerta, más rápido corría el infeliz soñando con otra victoria. Comenzó la partida. Primero iban igualados, pero cayó una torre que abría grandes expectativas al mortal.
- ¿Hagamos una apuesta? - dijo el rey, y el mortal no podía aguantar la risa creyendo en la ingenuidad de su rival.
- De acuerdo. Esta vez la apuesta la hago yo. Quien venza entregará a su adversario cincuenta de sus navíos.
- Me parece buena apuesta- dijo el rey élfico.
Esta vez trató de aguantar un poco más la partida, pero finalmente dejó caer el rey de sus piezas. Había ganado de nuevo el mortal.
Por tercera noche unos nudillos golpeaban la puerta.
- Esta noche vengo por mi revancha. Me he estado entrenando - dijo el rey élfico- quien venza esta noche elige su premio.
El hombre no podía caber en sí de gusto. Empieza la partida. Primero parecía que era clara la ventaja del marido, pero una celada inteligente le hizo perder toda ventaja. Caen nuevas piezas, un caballo, un álfil, otro peón. La partida continúa. Pero de pronto, ¡zas! no se lo creía el hombre, su reina caía en una trampa mortal que dejaba solo a su rey. El hombre sentía rabia de haberse dejado confundir de esa manera.
- Bien, has ganado, ¿cuál es tu premio?
- Quiero a la mujer que tienes por esposa.
Se acercó a ella, la rodeó con sus brazos y desapareció con ella.
El otro gran divertimento de las hadas son los cuentos, sobre todo los cuentos que hablan de ellas. En Peter Pan, la película de Disney, Campanilla y Peter Pan acudían cada noche a escuchar los cuentos de Wendy.
Algo que caracteriza a los cuentos de hadas son los obstáculos que tiene que superar el protagonista. En algunos relatos, este obstáculo suele ser tener que contar un cuento para que la hada o el elfo le ayude a encontrar lo que busca o le dé la respuesta para poder continuar su camino. En ocasiones un hombre vaga perdido de noche por el bosque hasta que llega a un palacio. Las puertas son inmensas, de hierro forjado negro. Un hombrecito pequeño se asoma a la puerta y le pregunta qué desea.
- Quiero un poco de comida y una cama de dormir, vengo muy cansado.
El hombrecito le mira a través de la puerta.
- ¿Sabes contar un cuento?
Y dependiendo de la respuesta continúa el relato. Si el humano asiente le abren la puerta con toda amabilidad, lo esperan todos sentados alrededor de la chimenea, esperando un cuento, y le dan la mejor comida y habitación de la casa. Si el hombre no sabe contarlo su suerte es terrible, lo expulsan del castillo y lo obligan a vagar por el bosque.
Tengo que decir que este segundo final no lo he leído en ningún cuento, porque sólo es una amenaza. Le dicen:
-Si sabes contar un cuento pasa y te lo pagamos con comida abundante, si no vuelve por donde has venido, que aquí no eres bien recibido.
Y el humano siempre acaba contando el cuento, ¿o es que ustedes no lo contarían?
Quiero empezar este punto advirtiendo al lector sobre sus prejuicios. En algunas ocasiones es complicado justificar su actitud, pero no por ello debemos condenarlas de antemano sin intentar comprenderlas. Digo en defensa de las hadas que cuando analicemos su conducta, lo hagamos con la mente abierta y pensando desde su punto de vista, porque entonces comprenderemos mejor su mundo. Si juzgamos el bien y el mal según la óptica del hombre no entenderemos nada, porque ellas tienen sus propios motivos y una moralidad distinta.
Las hadas, como el resto de los seres féericos, son alegres, vitalistas, bromistas y juguetones. Lo complicado es entender para los hombres lo que ellos consideran broma, porque lo que para ellos es una broma divertida, para nosotros puede ser una broma de muy mal gusto. En estos casos nos es difícil entender los motivos de sus bromas pesadas.
Antes de contaros lo que le pasó a este viejo charlatán, debo aclarar que hacía varios años que Shaun-Mor había tomado por costumbre contar mentiras sobre las hadas. A éstas no les gustaba mucho estas historias, pero habían aceptado con resignación los cuentos de viejo chiflado. Todo empezó una noche en la taberna, cuando contó que una mañana se encontró unas hadas cargando sacos en un almacén y se había puesto a ayudarlas. Desde entonces cada noche contaba una historia. Hablaba a los presentes de sus costumbres que, según él, conocía perfectamente, contaba anécdotas, incluso llegó a afirmar que era tal la amistad con ellas que le estaban enseñando sus poderes. Y poco a poco fue añadiendo detalles a sus relatos.
Pero una noche, no se sabe si porque las hadas estaban de peor humor o estaban hartas de tanta mentira, decidieron gastarle una broma. Y no era para menos. Allí, en la taberna, rodeado de borrachos, el viejo atraía la atención de todos contando que las hadas le estaban enseñando sus secretos y ahora era tan sabio como ellas.
El viejo Shaun-Mor representaba todo lo que ellas odiaban: las mentiras, la prepotencia, la altanería, y muy ofendidas se pusieron manos a la obra.
Ya había abandonado el viejo la taberna cuando miró confundido la ciudad. Un ancho río atravesaba de izquierda a derecha su casa y no podía cruzar. No sabía qué pensar, pero empezó a sentir mucho miedo. De pronto a su espalda oyó un fuerte batir de alas. Se volvió y encontró ante él una enorme águila que le miraba.
- Sube a mi espalda- le dijo- y te llevaré donde quieras.
Y sintió el anciano cómo se elevaba del suelo sobre su espalda y ascendía cada vez más rápido. Cerró los ojos para evitar el mareo que empezaba a notar en su barriga, y minutos después sentía cómo aterrizaban. Abrió los ojos y vio asustado algo que parecía el pico de una alta montaña, pero como si estuviera al revés, porque no encontraba la falda de la montaña.
- ¿Qué hacemos aquí? Llévame a mi casa.
- Yo he cumplido con mi parte. Grita un poco y verás cómo vienen tus amiguitas las hadas a ayudarte- y desapareció.
Miraba la montaña intentando saber cómo escapar de allí, cuando se abrió una roca y empezó a resbalar. Shaun-Mor gritaba de nuevo mientras trataba de agarrarse a cualquier desnivel del terreno. De pronto, frenó en seco al sujetarse a un pico fuertemente. Sus pies colgaban y, por si acaso, no se atrevía a mirar para abajo.
- ¿No te da vergüenza estar ahí colgado, Shaun-Mor? - le preguntó el jefe de una bandada de gansos que volaban cerca de él.- ¿No crees que ya has bebido suficiente por hoy?
- No me dejes solo, amigo. Ha sido una broma de las hadas. Ayúdame y te estaré eternamente agradecido.
Y se agarró como pudo a una de sus patas mientras sentía que el vértigo aumentaba de nuevo. Entonces, un golpe brusco le hizo volver en sí. Antes de poder abrir los ojos un cubo de agua fría mojaba su cara.
- Amada mía, ¿por qué me tiras ese cubo? Así recibes a tu marido.
- ¿Que si así lo recibo?¿Tú crees que estas son horas de llegar y en ese estado? No debería ni mirarte, a saber qué has estado haciendo. Entra, anda.
- Que no, mujer, que han sido las hadas
- Sí, sí, las hadas, como si no te conociera.
Y entró en casa dándole la espalda. Dicen que esa noche el viejo Shaun-Mor contó a su mujer una historia sobre unas hadas perversas que le habían llevado a la luna y que gracias a una bandada de gansos estaba de nuevo en casa, pero, ¿quién iba a creer a un viejo borracho? Y ya nunca más volvió a contar historias.
El que sean alegres y vitalistas, no quere decir que no puedan estar tristes, sentir dolor o, incluso, morir de amor. Dicen que la Asrai gemía mientras que el pescador la llevaba a la orilla y, si no, pensemos en la ninfa Calipso, que murió de tristeza por la marcha de su amor.
Hay una idea muy extendida, para mí errónea, que sostiene que, como las hadas no tienen alma, no piensan ni sienten profundamente. Puede ser que piensen menos, o que se sobrepongan a las penas antes que nosotros, pero, ¿debemos por eso decir que no piensan o no sufren? No lo sé. No sé si tienen alma, pero parece que no, al menos individual, pero no por ello negaré que no conocen el dolor o los sentimientos, aunque todo sea de un modo más débil que el nuestro. No discuto que su pensamiento sea más simple o limitado, pero, ¿por ello debemos afirmar que no sufren? En muchas historias de matrimonio entre hadas y mortales, vemos cómo se pueden enamorar de verdad y sufrir de amor, y también sufren cuando se tienen que separar de sus hijos y abandonan al marido.
Tampoco hay que pensar en unos seres ideales, alegres y bondadosos. Las hadas conocen la venganza, y bien que la utilizan, y conocen el odio y saben defenderse muy bien de los ataques humanos. También es cierto que en principio, sin motivo, no son seres dañinos con el hombre, al menos la mayoría. El problema surge cuando analizamos sus motivos. Para un hombre ir de caza y matar a un venado, no es motivo de ataque, pero para ellas, que protegen sus animalitos, éste puede ser un motivo incluso de muerte, dependiendo del mal humor de las hadas.
Voy a poner algunos ejemplos:
Un hombre va de caza y entra en un bosque protegido por hadas, ¿qué harían las hadas?
Si es una Vila, que son más severas, intentará primero alejar al hombre del bosque a cualquier precio. Si el hombre logra superar todos los obstáculos, que serán muchos y peligrosos, y llega a disparar a un animal, la Vila se vengará y le provocará un gran daño, pudiendo incluso matarlo.
La Seligen también protegen sus animalitos, pero tienen un corazón bondadoso. Si el hombre dispara al animal, la Seligen utilizará toda su astucia para que no le mate, moverá la escopeta para que yerre el disparo, o hará que se doble como si fuera plastilina.
¿Pero son peores por ello las Vile? Parece ser que las hadas tienen una gran intuición, y conocen mejor que nosotros mismos nuestras intenciones. Si una Vila reconoce a un hombre de buen corazón le ayudará, y dicen que a las personas sencillas del campo les ayuda en la siembra. Si una Vila se venga de este modo es porque ha visto la maldad en el corazón, y eso no lo perdona.
Como vemos no podemos generalizar sobre la bondad o maldad de las hadas. Hay hadas que por naturaleza son bondadosas e intentarán ayudar al hombre, como las anjanas, las damas blancas, las hadas madrinas, etc. Otras, sin embargo, no es necesario que el hombre le dé muchos motivos para hacerle daño, como las mujeres del Río, que si están las aguas un poco revueltas, corres gran peligro de que estén de mal humor y te ahoguen.
Sin embargo, sí parece que hay algunos patrones en su conducta, ciertos valores que ellas defienden y que castigan si no los cumples.
En su escala de valores, el respeto por la intimidad, la generosidad, el trato respetuoso, la nobleza de corazón y la limpieza son para ellas grandes valores. Por el contrario atacan con severidad el egoísmo, la brusquedad, el mal genio, la mezquindad, la suciedad y los malos modales. Y prefieren la alegría a la tristeza.
En algunos relatos el eje central de la historia es el respeto por la intimidad. En éstos el castigo del mortal llega porque un hombre se pone a curiosear en una fiesta de las hadas, o porque las mira mientras se bañan. Para ellas éste es un motivo más que justificado de castigo. Si a una Lamia te atreves a observarla mientras te bañas, tienes tres días para casarte con ella. Si no lo cumples, la ley de las hadas caerá sobre ti matándote.
La generosidad es otro de sus grandes valores. Valoran si un mortal por la noche, al acostarse, les deja comida, un vaso de leche o vino, también aprecian que al recoger fruta del bosque no se coja toda la fruta, sino que dejemos algo para ellas en el árbol. Si un hombre actúa así, tendrá una racha de suerte inesperada. Si puedes, y te recompensarán por ello, deja cada noche tu balcón limpio para que entren sin mancharse, y en la mesa del salón pon un vaso de leche, un vaso de agua, pan y queso. Es inimaginable la alegría de las hadas. El vaso de agua limpia, aunque parezca una tontería, para ellas es muy importante, porque con esa agua limpia pueden lavar a sus bebés.
A veces ponen a prueba la generosidad y la caridad de los mortales, haciéndose pasar por viejecitos que les piden comida o bebida por el camino. Si el mortal se muestra generoso aún más generosas serán ellas en la recompensa, porque premian el buen corazón de las gentes.
En un cuento de hadas inglés, se narra cómo dos hermanas salen a buscar fortuna. La hermana menor era más dulce, buena y atrevida, por lo que se pone en camino para que su padre no pase hambre. Llega a un bosque y escucha unas voces que se lamentan y piden ayuda. Acude lo más rápido que puede y se encuentra a unos bollitos que gimen porque se están quemando en un horno. Compadecida los saca y continúa su camino. A continuación se encuentra una vaca que sufre porque hace mucho tiempo que no la ordeñan y le duelen las ubres. Se acerca, la ordeña y sigue su camino. Más tarde escucha de nuevo unos lamentos, era un manzano que sufría porque le dolía el tronco, no habían recogido ninguna de sus manzanas y con el peso se estaba doblando. Paró por tercera vez, recogió las manzanas suficientes para que pudiera ponerse recto de nuevo y continuó. Entonces se encontró con una bruja que buscaba criada para que le limpiera su casa. ¿Pagas bien?, preguntó, y se quedó. La bruja le puso una condición:
- No debes mirar nunca debajo de la chimenea, porque el castigo que caerá sobre ti será tremendo.
La niña trabajó durante siete días de sol a sol a las órdenes de la bruja, y en un descuido de ésta se asomó a la chimenea. Un saco de oro cayó en sus manos. Sin pensarlo lo cogió y salió corriendo. Cuando la bruja se dio cuenta salió detrás de ella. ¿Dónde está? le preguntó al manzano. - Se ha ido por ahí, mientras la niña se ocultaba entre sus hojas. ¿Vaquita, has visto a una niña corriendo? - No sé, no sé, no he visto nada, mientras la ocultaba con su lomo. ¿Bollitos, bollitos, habéis visto a una niña malvada? - No hemos visto nada, mientras se escondía en el horno. Y así regresó la niña llegó sana y salva a la casa.
La hermana se moría de envidia. La niña le contó cómo llegó a la casa de la bruja y dónde estaba el tesoro. Si ella lo ha conseguido yo también puedo, se decía, y se puso en marcha. Primero se encontró a los bollitos que se quemaban, pero no les ayudó. -¿qué os creéis, que no tengo nada mejor que hacer que sacaros, y dónde está el panadero? Y siguió su camino. Luego se encontró con la vaca de nuevo, pero tampoco quiso ayudarla. ¿Te crees que no tengo mejores cosas que hacer? Y continuó su camino. Y de nuevo el árbol lloraba por el peso de sus manzanas, pero tampoco las recogió. -Tengo prisa, fue su respuesta. Por fin se encontró con la bruja que buscaba empleada. La contrató y le puso la misma condición: “Cuidado con mirar debajo de la chimenea”. Esta vez la bruja estaba escarmentada con lo que le había hecho la joven anterior, por lo que la controlaba muchísimo. Esta vez no estuvo sólo una semana trabajando a las órdenes de la bruja. Llevaba ya un mes y no podía de cansancio. La bruja viendo que pasaba el tiempo y la chica no daba muestras de curiosidad, dejó de perseguirla. En cuanto la niña vio que la bruja no la miraba se asomó a la chimenea, y otro saco de oro cayó sobre sus manos. Corría y corría la niña con el saco encima, aunque con el cansancio apenas podía. ¿Manzano, has visto a una niña malvada? Mírala, por aquel árbol ha pasado corriendo. ¿Vaquita, vaquita, has visto a una niña malvada? Mírala, y cógela antes de que yo pueda cogerla. ¿Bollitos, bollitos, habéis visto a una niña? Mírala, todavía corre. La bruja logró alcanzar a la niña que ya apenas tenía fuerza. Le sacudió con la escoba toda la espalda, y ya sin fuerza soltó la bolsa. La bruja cogió la bolsa y se marchó. La niña quedó tumbada en el suelo, quejándose hasta que su hermana la encontró y la llevó a casa.
Si no tienes compasión con los que sufren, ni ayudas a los que te necesitan, cuando necesites ayuda tampoco te ayudarán. Ésta parece ser la moraleja.
Como contrapartida castigan los malos tratos, la rudeza, la brusquedad. Las hadas odian a los hombres que pegan a sus mujeres. A veces para que un mortal se pueda casar con un hada, el padre pone como condición que no golpee a su hija, porque si no ésta desaparecerá.
Resumiendo sus valores, aprecian la discreción, la hospitalidad, el respeto por la intimidad, la generosidad, la gentileza, la honradez, la limpieza y el trato cortés y respetuoso. ¡Qué grandes valores!¿verdad? Pero no nos engañemos. No todo es tan simple.
Cuando al principio decía que a veces su moralidad es difícil de comprender, no me refería a estos valores, ya quisiéramos que muchos mortales los cumplieran. El problema es la cantidad de acciones que ellas ven bien, o no mal, y que el hombre, y estarán de acuerdo conmigo, no comparte.
Tienen una moralidad muy estricta, ya lo hemos visto, pero no ven mal el robo, ¡qué tontería! En ocasiones son robos pequeños, como harina para hacer sus bollos, trigo, pero otras veces roban ganado, comida, incluso personas, como niños y mujeres. También les gusta tomar la leche de la vaca directamente, y se la beben, dejando sin leche al ganadero que por la mañana va a ordeñar la vaca para los suyos.
Hay que decir en su favor que, cuando pueden, intenta devolver lo prestado, y son muy agradecidas, devolviendo más de lo que han cogido o dejando algo de mayor valor en su lugar.
Otra contradicción en ellas es la verdad y la mentira. Valoran en los mortales que digan la verdad y sean sinceros en sus actos, pero muchas de ellas no siempre dicen la verdad, a veces por juego. Para comprender a las Lamias hay que saber que dicen lo contrario de lo que piensan, y que dicen sí cuando quieren decir no. En ocasiones es por confundir a los hombres. No mienten, pero les gusta el lenguaje equívoco, pero, ¿es o no lo mismo?
También puede chocarnos a los hombres su modo de agradecer. En ocasiones, cuando un mortal se porta bien, se ven ampliamente recompensados, por ejemplo con trigo. El problema es que a veces te devuelven tu trigo cogiéndolo de tu vecino, creando con ello en el mortal cargos de conciencia.
Otro planteamiento que no comparte el hombre, es su contradicción entre la generosidad que ellas defienden, y sin embargo su obsesión por poseer tesoros. Muchas de ellas, como las Xanas, su máxima preocupación es proteger y ampliar sus tesoros. A ojos del mortal esta actitud es mezquina y criticable, contraria a la generosidad, porque si tienes mucho probablemente es porque compartes poco. Pero de nuevo ellas nos sorprenden con su actitud, pueden llevar meses guardando riqueza, y si un mortal les ayuda con una tontería son capaces de darle una olla llena de oro.
Como vemos, es un mundo complejo, con sus propias leyes. En ocasiones coinciden con nosotros, en otras no podemos entenderlas. No pretendo con este punto defenderlas o justificarlas, simplemente que tengamos en cuenta que no debemos juzgarlas, porque no somos dioses. Con conocerlas nos es suficiente.
Un tema discutido y discutible es la mortalidad de las hadas, ¿son mortales como los humanos o inmortales como los dioses? En este tema, salvo excepciones, parecen todos ponerse de acuerdo en afirmar que las hadas son mortales, pero eso sí, su vida es mucho más larga que la nuestra.
Recordemos que su tiempo no es el mismo que el nuestro, que un año en la vida de un hombre es un día en el mundo de las hadas. El tiempo, al transcurrir tan lento, hace que tarden mucho en envejecer y en morir. Esta lentitud del tiempo puede provocar la sensación de que no transcurre, de que no envejecen, y que no mueren. Pero no es cierto. No hay que equiparar la muerte de las hadas con la de los humanos; las hadas simplemente desaparecen. Para que una Asrai muera, es suficiente con que le dé la luz del sol, que la disuelve en agua, y cuando el agua se seca desaparece. Para matar a una Dríade basta talar el árbol en el que ella vive, al matar el árbol muere con él su hada.
Hay personas que aseguran haber presenciado el funeral de un hada, una procesión de pequeñas criaturas llevando un cuerpo sobre un tálamo hecho de flores. Coincido con algunos autores en la opinión de que no es un funeral real, sino que sólo están jugando a imitar a los hombres. Dos pensamientos me llevan a opinar esto: uno, las hadas no ven la muerte como los hombres, no es algo doloroso, por lo que no tendría sentido verlas realizar algo serio como una procesión, más propio sería ver un baile como muestra de alegría por la muerte, no una procesión en silencio llevando un cuerpo; y dos, se sabe que muchas de las hadas desaparecen al morir, lo que no les permitiría llevar su cuerpo a ningún sitio. De nuevo mantengo que las hadas en realidad se estaban carcajeando de la seriedad humana y nada más divertido que imitarles. Casi me parece estar oyendo sus risas.
El mundo humano y el élfico se muestran completamente opuestos en en el pensamiento. Parece ser que en el mundo élfico no podemos hablar de un pensamiento construido como tal, sino que sólo podemos hablar de conductas, modos de actuar.
Según afirman las hadas no tienen alma, por lo que es más fácil de comprender que tengan una conducta tan diferente de la humana. Al parecer, las hadas no tienen un alma individual, sino colectiva, lo que explicaría mucho de su forma de actuar. Explicaría su deseo de tener un alma el que en ocasiones se muestren traviesas o malas con el hombre, fruto de la envidia, o también el que anhelen por otro lado unirse a los hombres. El matrimonio con un hombre les daría un alma, por eso es tan terrible para la ley de las hadas el casarse con un hombre, porque se alejan del alma colectiva que las une a las demás.
En algunos relatos de matrimonio entre hada y mortal, el hada le pone como condición que jamás le diga lo que oye cuando pasa de nuevo por el sitio donde la recogió, que nunca le diga lo que están diciendo sus hermanas, porque entonces tendría que volver. Normalmente lo que suelen decir es “vuelve con los tuyos”, entre llantos. El dolor que sienten sus hermanas nos confirma la traición que supone para las hadas el que un hada se case con un mortal.
Hay un leyenda sobre las Gwragedd Annwn, que explica muy bien el pensamiento tan diferente del nuestro. En este cuento el padre de un hada le pone como condición al marido que no golpee jamás tres veces a su hija, porque con el tercer golpe regresará a su mundo. El hombre es bueno con su mujer, a la que adora, pero por incomprensión la golpea tres veces, y ésta desaparece. Analicemos este cuento.
Una de las veces que la golpea es en un bautizo. Los hombres están felices, las hadas lloran desconsoladas. Para las hadas bautizar es dar nombre al ser nuevo, separarlo de esa alma común que todas tienen, es individualizar, darle alma propia. Para ellas es una tragedia, porque bautizar es separar del origen común. También debemos recordar la importancia que tiene para las hadas el nombre, nunca debemos llamarlas por su nombre. En el cuento de la dona d'aigua el que el marido la llame por su propio nombre es motivo para que ella la abandone, la condición que le pone. Así, en un bautizo, la Gwraggedd Annwn llora desconsolada ante el estupor de su marido, y para que deje de llorar éste la golpea.
Otro de los golpes llega en una boda. Todos ríen felices, ella llora. La boda de nuevo conlleva la pérdida del alma común. Al casarse con un mortal las hadas se separan del alma común para adquirir alma humana. Es cierto que las hadas se casan buscando este alma, pero para las hadas hermanas es motivo de nuevo de tristeza infinita, de desgracia. En las Anjanas, por ejemplo, el mayor tabú que una Anjana puede infringir y por el que recibe el mayor castigo es casarse con un hombre. De nuevo los hombres ríen felices mientras la hadita lloraba, ante la incomprensión del marido que le da un nuevo golpe.
Y el tercer golpe, a ojos del marido, también es lógico. Están en un funeral, lloran todos ante la pérdida del familiar querido que nunca volverán a ver. El hada reía feliz. Para un hada la muerte es la vuelta a esa alma común, la vuelta a los orígenes, a la unión con el resto de sus hermanos. Ella reía feliz en medio del funeral. Ante la vergüenza que siente el marido por el comportamiento de su mujer la golpea por tercera vez.
Según esta explicación, si el entierro para las hadas es motivo de alegría, no me parece que fuera real el funeral protagonizado por las hadas. Sin duda nos estaban imitando.
En cuanto a su pensamiento, al carecer de alma, es mucho más simple que el nuestro. Como dije al principio de este punto, en estos seres apenas hay pensamiento, hay actuación de acuerdo con unas normas que ellas mismas se han puesto. Sobre si tienen o no lenguaje, parece evidente que comprenden el lenguaje humano, además del de los animales, aunque en la mayoría de los relatos se resalta lo poco que hablan con los humanos. En los relatos que narran cómo un mortal se ha enamorado de un hada, para atraerla hacia él, al hombre le basta con levantar la mano hacia ella, en señal de que ella le dé la mano, y su respuesta es aceptar dócilmente, atendiendo la demanda sin rechistar ni dar su aprobación. También son muchos los relatos en que un mortal mira durante muchos días a un hada, y la respuesta de ella es sólo una boba sonrisa mientras peina su cabello a la orilla de la playa o de un río. De las Gwragged Annwn se sabe que sólo saben contar hasta cinco, lo cual no nos dice mucho de la inteligencia de estos seres. Pero en esta simpleza de pensamiento hay mucha alegría. Si tuviera que definirlas diría que son alegres, traviesas, amantes de la vida, disfrutando de su tiempo dedicándose a bailar, cantar, jugar o trabajar, sin mayores preocupaciones ni planteamientos, lo cual es un poco envidiable.
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